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DPA
La selección chilena necesitó 99 años, 44 ediciones y 37 participaciones para ganar en 2015 su primera Copa América. Sin embargo, el domingo, cuando el estadio MetLife de New Jersey repita la final de la edición pasada ante Argentina, tendrá la ocasión de celebrar la segunda de manera consecutiva.
Un trabajo continuo en favor de una idea, entrenadores con filosofías parecidas que aprovecharon los cimientos de sus antecesores para seguir construyendo y una generación de jugadores que muchos consideran la mejor de la historia del fútbol chileno se conjugaron para que la Roja dejara de ser la «eterna perdedora» de Sudamérica para transformarse en una de las selecciones más poderosas del continente y hasta del mundo.
«La principal virtud de estos jugadores es que son ganadores», resumió el entrenador Juan Antonio Pizzi sobre el presente de la selección. «Antes de jugar un partido y un torneo, están convencidos de que van a ganar. Esa convicción les permite jugar como juegan y tener la confianza que tienen en los partidos», remarcó el técnico tras lograr el pasaje a la final ante Colombia.
«Ser ganador no es ganar todos los partidos, porque eso es imposible, y de hecho vamos a perder algunos partidos. Ser ganador es creer que vas a ganar todos los partidos», añadió el ex futbolista del Barcelona.
La generación dorada
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Nombres como Arturo Vidal, Gary Medel, Alexis Sánchez o Claudio Bravo le dieron a Chile una personalidad de equipo que muy pocas veces había tenido a lo largo de la historia. La clasificación de forma consecutiva a los últimos dos Mundiales, el tercer puesto en el ranking FIFA y la actuación en las últimas dos Copas América así lo certifican.
Salvo el arquero Bravo, los otros tres pilares de la Roja formaron parte del germen del actual equipo, la selección sub 20 que finalizó tercera en el Mundial de Canadá 2007, junto a Mauricio Isla y el portero suplente Christopher Toselli.
Aquella vez, la Rojita cumplió un excelente torneo, con un récord de imbatibilidad en su valla que aún hoy se mantiene, hasta que se topó en la semifinal con Argentina, que contaba con nombres como Sergio Romero, Sergio Agüero, Ever Banega, Angel Di María y Gabriel Mercado y que se impuso 3-0 en una verdadera batalla en Toronto, con Medel entre los dos expulsados chilenos.
Pero no sólo de nombres está basado este magnífico presente: la selección exhibió en Estados Unidos un ADN que ya la identifica desde hace unos años, que comenzó a forjarse en el ciclo de Marcelo Bielsa, se potenció en el de Jorge Sampaoli y parece continuar bajo el mandato de Pizzi.
«A medida que pasa el tiempo, este plantel logró una ideología futbolística, una identidad, que le permite saber el esfuerzo que hay que hacer para poder jugar de la forma que todos queremos», indicó el técnico, orgulloso de poder reemplazar piezas vitales como Vidal o Marcelo Díaz, sin que se resienta la estructura.
«Todos van identificándose con un objetivo. Todos sienten mucha confianza, sabiendo las virtudes y los defectos de cada uno de ellos. Y nosotros, la virtud de pedirle a cada uno lo que puede dar. Ni más ni menos que ello», analizó Pizzi.
Allí parece radicar el éxito de Chile. Cada jugador aporta desde su sitio para la causa y para tapar los errores de sus compañeros. Así lo hicieron con Bravo, de floja primera fase y responsable directo de varios de goles en contra, pero figura con sus atajadas ante Colombia.
La convicción de Chile ya la había anticipado Marcelo Díaz, cuando todavía el conjunto no encontraba su mejor rendimiento y habían surgido dudas por parte de la prensa y de los hinchas. «Estamos convencidos de una forma de jugar, que nos dio grandes alegrías y que nos convirtió en una selección muy importante a nivel mundial», afirmó el futbolista del Celta de Vigo.
«Debemos preocuparnos por lo que haga Chile. Si hay errores o no, nuestra forma de jugar no va a cambiar, ése es nuestro estilo y así vamos a morir», añadió Díaz antes del histórico 7-0 sobre México en cuartos.
Para completar el círculo, sacarse la mochila de 99 años sin títulos, no es un detalle menor. Liberada y sin presión, la selección chilena puede ser aún más peligrosa. Y enterrar para siempre aquel mote de la «eterna perdedora» de Sudamérica.
GRAF/CS