(Foto: AgenciaUno) Por Hans Podlipnik Cuando tenía 12 años, quería viajar por el mundo. Todos los niños tienen sueños, pero, a medida que crecen, nuestra sociedad va lenta, pero sutilmente apagando esa llama. Afortunadamente, mi llama nunca murió. A pesar de que hubo momentos de gran duda y presiones por hacer una vida «normal», tuve el coraje de perseguir mis sueños. Y así comenzó todo. Puedo decir con humildad que nunca fui el mejor de Chile en menores. Es más, nunca gané un torneo nacional, sólo llegue a semifinales como mejor resultado y miraba a los que estaban antes que yo con mucha admiración. Pero, a pesar de no ser el mejor, sí puedo decir que era de los que más fuerte y a consciencia trabajaba, quizá creyendo ingenuamente, que un día mejoraría. A los 16 años, en mi primera gira internacional, hice seis primeras rondas seguidas, perdiendo con todos. Fue un golpe muy duro, que me hizo pensar que quizá estaba haciendo todo mal y que mejor tendría que hacer otra cosa, pero fui testarudo y seguí entrenando a consciencia un año entero, hasta que al siguiente tuve una nueva oportunidad en esta gira sudamericana. Me acuerdo de que no iba seleccionado por Chile, sino por mi propia cuenta, gracias a un patrocinador que creyó en mí. En mi primer torneo perdí en la segunda ronda de las clasificaciones y apenas saliendo del partido, un entrenador chileno se me acercó y me preguntó cuál era mi meta para esa gira. Yo le contesté que mi meta era pasar las clasificaciones y hacer, por lo menos, semis o cuartos. Lo único que me dijo él fue «pero Hans, sé realista», y ahí quedó la conversación. A la semana siguiente me tocó de nuevo la clasificación y esta vez sí la pasé, y llegué hasta cuartos. Yo nunca había llegado tan lejos en un torneo internacional, por lo que la felicidad fue gigante. A la otra semana tuve el mismo resultado y eso me dio mucha confianza. Y a la semana siguiente gané mi primer torneo internacional, en Bolivia, contra jugadores a los que jamás pensé poder ganarles. Fue uno de los momentos más lindos de mi carrera y siempre lo voy a recordar, porque marcó un comienzo. Así pasó el tiempo, seguí mejorando, pude jugar los Grand Slams juveniles y tener buenos resultados en Europa, tanto en singles como en dobles. Siguió pasando el tiempo y me convertí en adulto, entré al circuito profesional y llegué a la realidad del tenis, donde miles de jugadores llevaban mucho tiempo compitiendo a ese nivel. Al principio fue difícil, pero de a poco me fui metiendo, siempre cumpliendo sueños. El primer sueño era tener un punto ATP. Yo no les llamo «metas», porque para mí es más lindo cumplir sueños. No son inalcanzables, como muchas veces nos hacen creer, así que yo dejé las metas de lado y me concentré en mis sueños. El próximo fue estar top 1.000 del mundo, algo que veía muy lejano en un principio, pero que una gran actuación en un futuro de Polonia me permitió cumplir. Era mi primer título profesional, no lo podía creer. El próximo sueño era estar top 500 y lo logré en el último torneo del año, donde gané mi segundo título profesional. Recuerdo que cuando estaba 1.000 del mundo, veía a un 500 como imbatible, pero de a poco uno puede ir mejorando y todos son humanos. Si uno entrena bien, puede competir casi contra cualquiera. Luego los sueños se volvieron oscuros, porque perdí todos los auspiciadores y no tenía ningún peso para viajar, así que me puse a trabajar en el escritorio y desde el computador mandé más de 300 mails a clubes de Europa, para que me consideraran en sus equipos y jugar interclubes. Y así fue. También gracias a amigos, conseguí jugar en países como Alemania, Francia, Italia, Luxemburgo, Suiza, Austria y Eslovaquia. Estaba gastando mis últimos ahorros para poder llegar hasta los interclubes. Me acuerdo que se me acabó casi todo tres semanas antes de llegar a Alemania. Estaba en Turquía y me quedaban 300 euros, que eran para pagar el hotel, así que pagué y me fui a Polonia sin nada, sólo con la esperanza de ganar partidos en los futuros para al menos poder mantenerme. Y así fue (menos mal), y llegué a Alemania, donde de a poco me fui rearmando, aunque por tener que jugar tantos interclubes, perdí muchos años de mi carrera. Muchas veces jugaba en tres países, viernes, sábado y domingo, jugando de día y manejando solo de noche a los torneos, e intentando competir a mi mejor nivel posible. Ese desgaste, que hasta el día de hoy me ha tocado hacer, aunque afortunadamente ya no tanto, es lo que me hace apreciar aún más lo que he logrado y lo que tengo hoy en día. Estuve estancado cuatro años en los futuros, con un ranking entre el 300 y el 400, y ya no sabía qué hacer para pasar de nivel, jugando tantos interclubes y viendo cómo los europeos me llevaban ventaja en todo sentido. Muchos podían viajar con entrenador, volvían a sus casas cuando perdían y se preparaban bien para los siguientes torneos. Yo nunca pude hacer eso. Mis giras duraban siete meses sin parar y me costaba encontrar la fórmula para pasar de nivel. Hasta que los años de interclubes también dieron frutos, porque me volví muy fuerte de cabeza y comencé a competir como si cada pelota fuera la última. Poco a poco fui subiendo, por mi solidez empecé a dominar los futuros y también a hacer cosas importantes en los challengers, y finalmente pude cumplir un nuevo sueño, que fue jugar un Grand Slam, el primero, el Australian Open. Cuando supe que había entrado, no lo podía creer, para mí fue haberlo logrado todo. En mi pequeña historia de esfuerzo, fue conseguir lo máximo. Y seguí cumpliendo sueños. He podido jugar todos los Grand Slams y también el cuadro principal en Australia y Wimbledon. Ahora sólo queda seguir disfrutando, como siempre. La razón para escribir esto es ojalá poder inspirar a los que tienen miedo de dar el paso y jugársela por sus sueños. Una pregunta clave es: si el dinero no fuera importante, ¿qué harías con tu vida? Espero que la gente se pregunte esto y no desperdicie el milagro de la vida. GRAF/CS