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Javier Rios R. Enviado especial a Dortmund, Alemania.
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El expedito camino rumbo al Signal Iduna Park no anticipaba lo que se vendría. Hermosas calles, con casas antiguas y pobladas corridas de árboles, adornadas por hinchas del Bayern Múnich caminando junto a los fanáticos del Borussia Dortmund sin ningún inconveniente, conducían a la esperada final de la Supercopa de Alemania.
La beligerancia no aparecía, pero al entrar al estadio los fanáticos del Dortmund se transformaron. El Gráfico Chile tuvo acceso a la galería donde la hinchada local entró con un objetivo, hacerle la vida imposible a Mats Hummels y la escena fue impresionante.
El otrora capitán del Dortmund marcó la pretemporada con su fichaje en el equipo que lo crió y que se ha transformadl en su rival más acérrimo en los últimos años, por eso se lo hicieron saber con una pifiadera que reventaba los oídos.
Muy cerca del central por derecha, Arturo Vidal trataba de comunicarse con sus compañeros, pero el ruido de los 80 mil fanáticos era tan fuerte que Xabi Alonso intentaba acercarse para entender sus instrucciones.
Hummels, jugando en pleno infierno, demostró su categoría, salió jugando y aunque el Dortmund hizo figura a Manuel Neuer con su veloz juego, sacó la tarea adelante.
El que casi no termina en el terreno de juego fue Frank Ribery, que con su ímpetu habitual reaccionó ante una entrada de Felix Passlack y su codazo encontró destino. La fortaleza amarilla volvió a rugir en esos largos tres minutos, que finalizaron con la salomónica decisión de Tobías Welz de poner amarilla a ambos jugadores.
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La violenta agresión desató el desvío de la pasión de los hinchas hacia el francés, mientras que en los 10 mil forofos del Bayern, el efecto contrario, un apoyo arrollador consagrado en un «Ribery, Ribery» tan potente como las pifias.
Después, los goles de Vidal y Müller apagaron el ánimo de los fans del Dortmund y transformaron nuevamente el color del infierno en rojo, con los jugadores bávaros levantando tras tres años de frustraciones, la Supercopa.
Calladito y sin llamar la atención se retiró el retornado Mario Gotze, uno que sentado los 90 minutos en el banco no se expuso al juicio de su propia hinchada y dejó esa esperada vuelta a casa, tras tres años en el rival que le amargó la noche a la barra en el Signal Iduna Park.
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