Columna: Team Chile, equipo “Chicko”

A los deportistas nacionales no se les puede exigir medallas, pero sí que rindan al máximo de sus propias capacidades. Gran parte no lo hizo en Río 2016.

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Bárbara Riveros fue la figura, mientras que Ricardo Soto fue la revelación (Mauricio Palma / COCh)

Juan Ignacio Gardella Berra
Subeditor El Gráfico Chile
@jigardella

Hace unos años, usted le ponía un micrófono al frente a algún deportista chileno y con seguridad iba a reclamar por la falta de apoyo. Hoy eso no pasa, por lo menos con los que ya superaron cierto umbral y se desenvuelven dentro del alto rendimiento.

Con un sistema mixto de financiamiento entre el Estado y la empresa privada, la mayoría de los representantes nacionales suele tener sus necesidades cubiertas en términos de preparación. Así lo aseguran las autoridades deportivas y los mismos atletas no sostienen lo contrario.

Lo anterior no quiere decir que los chilenos estén en igualdad de condiciones para competir contra los mejores. Estamos a años luz de las potencias, ahí no hay discusión, por lo que exigir medallas sólo demuestra desconocimiento.

Pero lo que sí puede pedirse es que rindan dentro de sus propias capacidades, porque esto no es beneficencia. Es cierto, en el comienzo de sus carreras seguramente salieron adelante gracias al esfuerzo personal, al soporte familiar o a la ayuda del filántropo de turno, aunque eso ya es pasado.

Si seguimos apelando a este último argumento, no hay análisis posible. Las historias de sacrificio terminan cuando empieza la competencia, donde Chile dejó bastante que desear en Río 2016, lo que no se ve reflejado en algunas evaluaciones particulares.

Un par de ejemplos: Isidora Jiménez tenía como objetivo clasificar a semis de los 200, pero con sus 23.29 no lo consiguió y ni siquera estuvo cerca de su mejor marca, que es de 22.95. Quizá para las cámaras quedó «contenta», pero me parece que es más un discurso público que un sentir privado.

Otro: Tomás González se preparó con todo para suelo, donde puso todas sus fichas para meterse en la pelea grande. No le dio ni para entrar a la final y tuvo que salvar con salto, pero igual quedó «conforme», una conformidad que no se condice con la meta que se propuso.

Hubo excusas de todo tipo dentro de la delegación nacional: que el número de pista, que la nota de los jueces, etc., pero poca autocrítica, donde sí resalta la que hicieron Kristel Köbrich y su entrenador, quienes asumieron un mal manejo de la presión en las grandes instancias. Otro aspecto preocupante, sobre todo porque es tendencia.

Dentro de este panorama, los dos que destacaron llegaron calladitos. Un chico de 16 años al que nadie tenía en sus planes y que por milímetros no hizo historia, y una Chicka de 29 que fue la única que nos hizo soñar en serio con un podio y que tiene clara la película: «No me comparo con otros chilenos, sino con las potencias».

Como dije, no se les podía pedir una medalla, eso es crear falsas expectativas, pero sí exigirles que en la cita cumbre, para la que se preparan cuatro años, exploten sus máximos potenciales, como lo hicieron Ricardo Soto y Bárbara Riveros. Mientras eso no pase con todos, el Team Chile seguirá siendo un equipo chico.

GRAF/JIGB

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