Si algo temían los hinchas de Colo Colo para el Superclásico era que Paulo Garcés cometiera un error, tal como había pasado, entre otros partidos, en el duelo ante Deportes Iquique con un fallo que costó un gol. Y si algo no temían los fanáticos de Universidad de Chile era que Johnny Herrera cometiera un error. Pero los temores de los albos se hicieron realidad y la confianza de los azules en su capitán les pesó.
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Es que tanto Garcés como Herrera fueron claves en el empate a dos tantos con sendos errores que terminaron en gol. El primero en fallar fue del que más se esperaba: el Halcón. Cuando se jugaban 63 minutos, Felipe Mora cabeceó en el área y el portero del Cacique parecía tener todo bajo control, pero se le escapó de forma insólita el balón de las manos y terminó al fondo de las redes. El arquero no lo podía creer y no había quien lo levantara del piso, donde parecía pedir que se lo trague la tierra para no aparecer tras el fallo.
Luego, a los 76 minutos, Octavio Rivero remató en el área grande para Colo Colo y Johnny Herrera iba estirado para lucirse con un tapadón, pero el balón se le pasó entre las manos y el empate a dos tantos quedó decretado en el tablero del Estadio Nacional. Samurai Azul no encontraba explicación alguna al fallo que había cometido y que le costó la victoria a la U.
Por eso, una vez que terminó el encuentro, el capitán de los azules se vio muy afectado, incluso muy cerca de las lágrimas, y se iba con la cabeza gacha pidiendo perdón a los fanáticos de la U que no pudieron celebrar la victoria. «Fue una jugada desafortunada, un accidente, ni siquiera entrenando me había pasado. Estoy triste por haberme hecho partícipe de un error, fue mala pata que me haya pasado hoy en un clásico, me voy triste», dijo Johnny Herrera dando la cara tras el partido.
Panorama muy distinto se vivía en la vereda de al lado. Cuando sonó el pitazo final, Paulo Garcés arrancó corriendo a camarines, no se despidió de los hinchas ni de los rivales, desapareciendo rápidamente del terreno de juego del Monumental. Ni sus compañeros lo pudieron detener. Y una vez que se duchó en el vestuario, el Halcón, con cara de pocos, salió raudo rumbo a su auto particular, sin dar declaraciones y siendo escoltado por su hermano Oscar, quien alejó a los periodistas que esperaban una explicación de su tremendo error. Ni explicaciones ni despedidas con sus compañeros, quienes, a diferencia del arquero, partieron juntos en el bus rumbo al hotel donde estaban concentrados.
Un mismo error en un Superclásico, dos actitudes muy distintas.