Era su primera vez en un Superclásico y resultó ser un desastre. Este sábado, el portero Paulo Garcés se transformó en uno de los principales culpables del empate entre Colo Colo y Universidad de Chile tras cometer un error garrafal que permitió que Felipe Mora sentenciara el momentáneo 2-1.
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Pero la jornada comenzó antes para el Halcón. A los 6′, todo el cuerpo técnico de Universidad de Chile se paró de la banca para reclamar penal tras una fuerte entrada del portero a Sebastián Ubilla. Pese a que no cobraron nada, la situación dejó bastante nervioso a Garcés, quien tres minutos más tarde sintió la presión del rival y despejó a cualquier parte un balón. El error generó las burlas y pifias de los asistentes locales que llegaron al Nacional, quienes le recordaron con abucheos el hecho de haber vestido la camiseta de la U y ahora la de los albos.
Sin embargo, poco a poco se fue afirmando y demostrando seguridad en el arco, ya que en el gol de Sebastian Ubilla poco tuvo que hacer. A los 24′, el delantero azul aprovechó un error de Julio Barroso para enfrentar a Garcés, que salió desesperado a su encuentro pero sin resultado positivo. A los 32′, el reemplazante del lesionado Justo Villar agarraba confianza por unos minutos con un tapadón a un tremendo remate de Gonzalo Espinoza.
Pese a que estaba teniendo un buen cometido, las miradas seguían posadas sobre él por los errores que había cometido en los partidos anteriores. Los murmullos de los hinchas colocolinos parecían escucharse y la desgracia parecía cosa de tiempo. Y vino a los 63 minutos: Mora cabeceó en plena área chica y la pelota parecía controlada por el Halcón, pero la perdió de manera insólita y el balón terminó al fondo de las redes para el 2 a 1 parcial de la U ante Colo Colo. Mientras Mora y compañía celebraban, el arquero se tiró al suelo y de inmediato llegó a su rescate Jaime Valdés, quien intentó reanimarlo tras su grosero error.
Cuando terminó el encuentro, el arquero se quedó durante algunos segundos arrodillado en su arco para luego correr hacia el camarín. La desazón y las ganas de esconderse eran tal que ni siquiera aceptó el abrazo de su colega Álvaro Salazar.