El Gráfico Chile

De Londres 2012 a Londres 2017: La ciudad mágica que le cambió la vida a Cristian Valenzuela

Cinco años después de lograr el oro olímpico, el atleta no vidente volvió a la capital británica para traer nuevamente a la memoria todos los recuerdos del hito más importante que le ha tocado vivir en el deporte. Un momento que recordó con El Gráfico Chile y que espera le traiga nuevas motivaciones para buscar la forma de seguir compitiendo.

Campana de última vuelta en el Estadio de Londres. Cristián Valenzuela corre sólido en punta en los 5000 metros de los Juegos Paralímpicos 2012. Cristopher Guajardo, su guía, sus ojos en la carrera, le avisa al atleta no vidente que sus competidores estaban quedándose muy atrás y que la medalla de oro era cosa de un último impulso.

Después de 4600 metros corridos, las fuerzas para mantener el primer lugar en esos últimos 400 metros tenían que salir de donde sea. Aunque la distancia con sus perseguidores era cada vez mayor y lo único que necesitaban era mantener el ritmo que habían mostrado en los 14 minutos que llevaban corriendo, Valenzuela no quería dejar escapar ese sueño que venía teniendo desde los 12 años, cuando perdió la vista de forma definitiva por un glaucoma.

Entendiendo que su compañero no quería volver a sentir una desilusión, esa misma que tuvo cuando muy pequeño empezó a tener unas manchas negras en los ojos que luego se transformaron en oscuridad total, Guajardo, en plena carrera, levantó los brazos y pidió apoyo al público para que el atleta supiera que la pista cada vez era más corta. Aunque no veía lo que pasaba a su alrededor, Cristian sabía que la ansiada medalla estaba cada vez más cerca y que las zancadas de sus competidores eran cada vez más imperceptibles para su desarrollado oído.

Quince minutos y 26 segundos después del pistoletazo inicial, Cristián Valenzuela logra cruzar la meta para conseguir el ansiado oro. Sin entender mucho lo que estaba pasando se lanza al suelo y descansa después del sacrificio. Era el sueño que tantas veces había visualizado y del que había despertado mirando el techo de su pieza. Pero esta vez no había que despertar. Esta vez sólo le quedaba acariciar el triunfo, sentir el peso de la medalla y cautivarse con el himno chileno sonando de fondo en un repleto estadio que lo aplaudía de pie.

La depresión y la oscuridad que lo invadieron cuando perdió la vista a sus cortos 12 años quedaba atrás y el brillo de la medalla le hacía entender de a poco porque había quedado ciego. En sus propias palabras, era su destino, era el mandamiento a cumplir.

Tal como el destino lo llevó a vivir un largo camino hasta alcanzar esa ansiada presea dorada, cinco años después también lo llevó de vuelta a Londres, a aquella ciudad mágica que le cambió la vida.

En el declive de su carrera, Cristian Valenzuela viajó nuevamente a Inglaterra y lo hizo para competir en el Mundial de atletismo. El resultado ahora no importaba tanto, lo importante era reeditar ese mágico momento que vivió en 2012. Ahora, después de años, finalmente podía disfrutar de ese mismo aliento que su guía pedía en los Juegos Paralímpicos.

A cinco años del histórico logro y tras obtener la plata en el mundial de Londres, Cristián, ya independizado y viviendo solo en un departamento en Santiago Centro, abre las puertas de su hogar a El Gráfico Chile para recordar la medalla que le cambió la vida.

¿Cómo recuerdas la carrera de Londres 2012?

Ha sido uno de los momentos más maravillosos que Dios me permitió vivir a través del deporte. Ganar la única medalla, que sea de oro y a estadio lleno, y poder escuchar el himno nacional, se recuerda como uno de los episodios más hermosos que he vivido. Además, están todos los matices que construyeron ese camino. Imagínate que ese año la Federación estuvo complicada y castigada por temas de plata, estuvimos a punto de no participar y tuvo que meterse el Comité Olímpico a apelar a nivel internacional para que pudiéramos ir. Me acuerdo claramente que un día estaba entrenando, me llaman y me dicen “posiblemente no se va a Londres”. Uno estaba con toda la esperanza y motivación, y que te digan eso es triste. Gracias a Dios se pudo viajar con una estructura momentánea y en la pista logramos algo importante para mí, mi familia, mi equipo, Chile y los deportistas con discapacidad.

¿Cuándo te diste cuenta que estabas tan cerca de la medalla y después que la habías ganado?

Hay conversaciones con el guía y sabía que faltando 1.000 metros iba solamente otro corredor adelante. Lo pasamos y no se acercó más. Podía escuchar sus zancadas y después nos empezamos a alejar, a dejarlo en el camino. Cuando crucé la meta me tiré al suelo porque estaba ahogado, había derramado hasta la última gota de sudor. Después estás en shock, como que pisas huevos, es especial. Recuerdo haberme acercado a la galería donde estaban los chilenos gritando, saltando y llorando, y yo estaba en otra dimensión, como viviendo el momento pero lejos de ahí. No sabía si era verdad o mentira lo que estaba pasando, porque muchas veces visualicé ese momento, lo soñé, y despertaba y me daba cuenta que estaba mirando el techo en mi cama. Ahora no había que despertar, era verdad.

Con mi madre siempre he tenido una conexión y recuerdo que después de gritar y tomar la bandera, entré a vestirme para la premiación y el jefe de misión me preguntó qué quería, que le pidiera lo que fuera, y le pedí llamar a mi mamá para decirle que la misión estaba cumplida, que la medalla era de nosotros, que se había cumplido un sueño que compartía con ella y con mi familia, pero principalmente con ella. Esos momentos son especiales, el entrar a la premiación, el escuchar tu himno nacional con 80.000 personas en silencio respetándolo, es una cosa potente, muy potente.

¿Qué le dijiste a tu mamá en ese llamado?

Me acuerdo que la llamo y le digo «misión cumplida, la medalla es de nosotros». Se puso a llorar y ahí mi hermano tomó el teléfono. Hablé con él y tuve que cortar para la premiación. También estuvo el «te amo» que siempre está presente con mi mamá, no había más que decir.

¿En qué momento te das cuenta que no estás mirando el techo de tu pieza, que la medalla está ahí?

Me costó harto, pero desperté cuando tuve la medalla en el pecho y le sentí el peso, ahí empecé a entender que no era mentira, que era verdad todo lo que estaba pasando y que lo estaba viviendo, que no tenía que despertar, que era parte de mi realidad y que Dios me permitió vivir ese momento tan maravilloso. Ganar esa medalla es el hito más importante en mi vida, deportivamente hablando.

¿Cómo te cambió la vida después de esa medalla de oro?

Me cambió en todos los aspectos. Desde Londres empecé a recibir la beca más importante del Proddar, la que tiene más plata, y eso te permite construir una vida diferente, independizarte, marcar un estatus distinto al ser medallista paralímpico, te permite ser más considerado en más partes. Me cambió desde eso hasta entender un poco por qué perdí la vista a los 12 años. Cuando gané la medalla pensé que era un sueño, que nuevamente estaba soñando lo que tantas veces soñé, porque ese momento fue súper mágico. Después empecé a entender que tenía la medalla en la mano, en el pecho, y que sí lo había logrado. Es también mirar hacia atrás y pensar que era mi misión ganar una medalla para abrir los ojos de la gente y de las personas con discapacidad, para decirles que sí se puede, que las limitaciones son mentales y se las pone uno.

A nivel deportivo también hubo un cambio grande en Chile…

Después de eso no fuimos más Federación, se formó una Comisión Paralímpica y hoy en día somos Comité Paralímpico. Cuando fui a Londres se hablaba de una gama de 20 deportistas paralímpicos y hoy el presidente Ricardo Elizalde me comenta que son 400. Hubo un cambio importante, pero el cambio no me lo adjudico sólo a mí. Deportistas como Cristian Dettoni, Juan Carlos Garrido, Robinson Méndez y un sinfín de nombres fueron ayudando a que se generara una energía súper potente para construir lo que hay hoy en día. El tema de Londres aportó un porcentaje importante para provocar estos cambios, para presionar a las autoridades y hacerles notar que necesitábamos una institución con jerarquía.

Ahora te tocó volver a Londres para el Mundial de Atletismo. ¿Cómo fue esa experiencia?

Volver a Londres fue mágico, es una ciudad que me trae bonitos recuerdos. Hoy vengo en baja, la motivación no es la misma, tengo motivaciones por otras cosas y son otras cosas las que me mueven, pero volver a competir, estar en el mismo estadio con la gente apoyando, fue súper lindo. No se pudo concretar algo tan importante como en el 2012, pero estuvimos en el podio y sacamos una medalla de plata que nos mantiene vigentes. Después de lo del año pasado en Río, nadie pensaba que podía meterme de nuevo, pero finalmente pudimos hacerlo.

Fue maravilloso, pero desde otra perspectiva, desde una perspectiva de disfrutar, de querer vivir, vibrar, sin la presión de ser campeón o querer ser el mejor. A Londres 2012 iba con hambre y se pusiera quien se pusiera adelante yo iba a hacer lo mío para ganar. Esta vez iba a disfrutar lo mágico y tengo que agradecerle a Dios por volver a un lugar como Londres. En el 2012 no me acuerdo si escuché a la gente, porque estaba metido en la carrera, en ir a un ritmo para que no me pasaran, pero esta vez disfruté la carrera. Se dio que corrí con Francisco Muñoz, un guía que me acompaña desde el 2011 y con el que nunca habíamos compartido una carrera tan importante como un Mundial. Fue especial entrar con él, lo quiero como mi hermano y es un amigo cercano, el compartir la pista con él fue especial. Es hermoso sentir vibrar a la gente, disfrutar. Es algo súper distinto, porque desde que me subí al bus a competir iba relajado, tranquilo, entendía que si se daban las cosas se iban a dar, algo totalmente distinto a los Juegos Paralímpicos.

¿Qué es Londres para ti?

Viviría en Londres. Muchas veces me han preguntado cuál es la ciudad que más me gusta y hay muchas que me llaman la atención, incluso algunas que no conozco, como Atenas o Roma, pero siempre digo Londres, es una ciudad mágica para mí. Poder caminar en sus calles es especial, es la ciudad que me regaló la bendición más importante de mi vida y cambió mi carrera deportiva, cambió muchas cosas. No sé si sea la catedral, pero es súper especial. Si me hablas de Londres, es un lugar que guardo mi corazón.

Así como Londres 2012 te trae esos recuerdos, me imagino que los Juegos Olímpicos de Río te generan lo contrario…

Si Londres es el hito más importante y hermoso de mi carrera, Río es todo lo contrario. En Río no estuve. Camino a esos Juegos Olímpicos no salían los entrenamientos, le metía y le metía y no había por dónde. Las últimas semanas camino a Londres todo fue mágico, dos semanas antes entrenaba en España y mi entrenador me decía “hace este ritmo y da tantas vueltas”, y lo hacía, pero antes de Río me decía lo mismo y era imposible. Intentaba, intentaba y no salía. No fluyó nada. En Londres estaba emocionalmente muy fuerte y en Río estaba muy mal por temas personales que me tenían gris, muy bajado. Estaba poco concentrado, poco metido en los entrenamientos.

Después vino la lesión que te dejó fuera de los 5.000 metros para revalidar el oro…

A una semana de competir en Río me dio un pinchazo en la pierna e, incluso, paramos de entrenar, cosa que nunca hacíamos. Me fui a Río, los médicos me vieron y finalmente tenía un desgarro en el sóleo. Trataron de ayudarme para recuperarme, no me recuperé y tuve que vivir los 5.000 mil metros desde la galería, viendo cómo mis rivales corrían y con muchas ganas de estar ahí en la punta con los brasileños y los keniatas. Fue muy fuerte para mí, una de las decisiones más tristes que he tenido que tomar en el deporte fue bajarme de los 5.000 metros. Es triste, porque estuve cuatro años con la idea de, a lo mejor no revalidar, pero sí estar y luchar por la medalla. No tener la posibilidad ni siquiera de entrar a la pista fue triste. Me paseaba por las calles de la Villa Olímpica diciendo “no merezco estar acá”. Hablé con el Comité y les dije que me venía a Chile, lo único que quería era sacarme la ropa de Chile, porque no podía estar para mi país.

Tu carrera viene en declive y hoy estás muy enfocado en la Fundación que tienes para fomentar el deporte paralímpico. ¿Tienes la misma motivación para seguir en el deporte?

Estar en el deporte es complejo. Nosotros, a través del dolor, intentamos modificar nuestro organismo para que corra más rápido de lo que lo haría naturalmente. Levantarte en la mañana e ir a la pista a sufrir no es fácil si no hay una motivación latente en tu cabeza y en tu corazón. Se pueden sacar entrenamientos sin motivación, pero es súper “penca” entrenar así. Cuando tu motivación está en visitar colegios, acercarte a los niños y levantar proyectos, es difícil competir. Estar compitiendo y estar pendiente de Chile, mandando correos y hablando por WhatsApp con los que trabajan conmigo, no me gusta. No me gusta estar en la cámara de llamados a punto de competir y estar pensando en si se habrán juntado con tal o cual persona para el proyecto. De qué estamos hablando.

¿El problema es más mental que físico entonces?

Mi cuerpo me da y nos dimos cuenta en el Mundial de Londres que puedo estar en un buen nivel físico y deportivo. El tema es de motivación, de entender que no me puedo quedar hasta los 80 años, que tengo que darle la oportunidad a nuevos deportistas paralímpicos, ayudarlos a crecer, que si está en mis manos ayudarlos, algo hay que hacer. A nivel mundial ya hemos dado harto y les hemos mostrado a todos los otros países que hay buenos deportistas, que Chile tiene que ser respetado. Cuando voy a competir, siempre pienso en Chile y tengo la sensación que falta tanto por crecer, tanto que conocer del deporte paralímpico, de las personas con discapacidad. A las personas con discapacidad también les falta tanto para entender que tienen la posibilidad, que la discapacidad no los margina de un sueño, no los margina de querer ser lo que quieran ser.

Estoy físicamente bien para más campeonatos, pero no sé si mentalmente estoy bien. ¿Físicamente estoy para mucho más? Sí, estoy para más ¿Mi corazón quiere estar ahí? No lo tengo tan claro. Mi corazón está mirando a Chile, quiero construir cosas en Chile. Tengo esa disyuntiva, no estoy con la misma motivación ni con la misma hambre. Antes me gustaba sufrir, porque pensaba en ser el mejor del mundo e iba a pagar el costo que significara serlo. Si tenía que entrenar con lluvia, iba a entrenar con lluvia. Si había que entrenar con escarcha en las cejas, lo hacía, porque había que hacer de todo para ser el mejor del mundo. Había que ganarles a todos y lo logré. Ahora ya no es ésa mi motivación. Entreno, doy todo lo que tengo en cada entrenamiento, pero de repente voy a entrenar y digo “podría juntarme con mi equipo de la Fundación a levantar esto, a construir esto, pero estoy yendo a entrenar”. Llego a entrenar, me cambio de ropa, cambió el chip y doy lo que tengo en el entrenamiento, pero la motivación no está.

¿El retiro está latente?

El retiro está latente, pero se dieron cosas en Londres que me hacen querer seguir, como por ejemplo, que en los 1.500 pisaron a mi guía cuando faltaban 300 metros y terminamos la carrera trotando. Ni yo, ni mi equipo, ni mi familia, ni Chile se merecen terminar así. Estoy tratando de motivarme o buscar nuevos argumentos para seguir hasta Tokio 2020. Había anunciado mi retiro, pero voy a intentar llegar hasta el 2020. Sin embargo, para ser sincero, es complejo, porque estoy levantando un proyecto grande y el día que empiecen a salir las cosas, no tendré tiempo ni para ir a trotar. Así como en algún minuto entendí que las cosas fluyeron en Londres y terminó con un oro, las cosas no fluyeron en Río y terminé lesionado, bajándome de la prueba donde tenía que defender el título. Quiero entender en este tiempo qué va pasando y para dónde me va tirando la vida. Si en algún minuto me encuentro sin tiempo para entrenar por el proyecto, tendré que decir en los medios que me retiro o presentar la carta de renuncia al Comité. Si las cosas se siguen manteniendo en un equilibrio necesario para estar en el deporte y en el proyecto, llego a Tokio 2020.

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