Columna escrita el 11 de septiembre de 2012
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Hablar de Sergio Livingstone es hablar del fútbol chileno. Vio todos los campeonatos de Primera División desde 1933 hasta la fecha de la Copa Chile el domingo pasado. No se perdía partido alguno, siempre actualizado, siempre con la inquietud de saberlo todo. Sin echarse en la cómoda reposera de su prestigio y su trayectoria. Andaba con sus cuadernos con apuntes y estadísticas para nunca errar en el dato.
Vio jugar al «Divino» Zamora, Cacho Subiabre, pero también a Ángelo Henríquez. A todos los respetaba por igual. Los recuerdos, millones. Ya octogenario encaramado en la fría tribuna de San Carlos de Apoquindo viendo el ATP de Santiago, sin pedir privilegios. No aceptó la invitación del directorio de Televisión Nacional para ir al Mundial del 2006 como espectador. Él quería trabajar en serio. Recuerdo que me lo encontré en la Copa América, subiendo las pesadas escaleras del Malvinas Argentinas de Mendoza, sin chistar, pese a los 91 años, a los tobillos destruidos por las canchas de tierra y las 20 temporadas como jugador activo.
El «Sapo» como arquero fue inmenso. Los recuerdos de su carrera se tiñen en sepia. Tienen medio siglo en los archivos. ¿Puede el lector imaginarse un arquero llevado en andas por los rivales? Ocurrió en las eliminatorias de 1953, luego de realizar un partido fantástico frente a Paraguay. Aquellos Sudamericanos de los cuarenta están escritos con letras doradas en nuestros libros. Era Sergio Livingstone contra Argentina. La época de Masoantonio, Tucho Méndez, Di Stefano, Pedernera, el «Charro» Moreno, el «Chueco» García, Boyé, Sarlanga… puras estrellas. Esos partidos debieron terminar en goleadas estruendosas. Pero el «Sapo» paraba todo. Los argentinos se iban con un golcito a lo más. Lástima que no haya registros fílmicos de esas gestas, pero los testigos hablan de remates a quemarropa en medio de la polvareda en esas canchas que eran sólo para valientes. En el Sudamericano de 1941 lo castigaron por alegar por los dineros. Tuvieron que llamarlo de urgencia a Montevideo porque Chile se había comido dos goleadas consecutivas. Unión Española como juvenil, Universidad Católica, Racing de Avellaneda, una pequeña pasada por Colo Colo… Enamoradizo, de carácter fuerte, amigo de sus amigos.
Escribo de memoria, con las manos temblorosas. Perdonen las imprecisiones, los errores de redacción. Fue mi amigo. Es una condecoración. Cuando me fui de TVN me mandó una foto dedicada donde aparecíamos los dos. La tengo en mi escritorio. Se fue el «Sapo», se murió una parte del fútbol chileno. No hay consuelo posible. Estamos solos…