David Huerta (@davidhuertao), Colo Colo de Todos (@colocolodetodos)
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El triunfo en Viña del Mar nos trae como recuerdo muchas jornadas de gloria del Cacique, partidos épicos en los que el Albo ha sido capaz de remontar encuentros complejos y, con garra y corazón, ha podido dar ese golpe final en los últimos minutos.
En los años noventa podemos recordar goles como el de Espina a Flamengo o del «Murci» Rojas a Iquique, los cuales permitieron volver a casa con la alegría y celebración que la camiseta blanca nos puede entregar. En muchos casos esa satisfacción puede borrar una semana difícil en el trabajo, problemas familiares, enfermedades o un montón de calamidades que pueden darnos vueltas en la cabeza unos minutos antes de ver al popular en la cancha.
Muchos dirán que este triunfo nos da la primera opción para el campeonato, pero en realidad un tema relevante que no ha sido destacado es la imposibilidad de muchos de nosotros de asistir a ver al club de nuestros amores. El motivo señalado esta vez fue el retraso en inversiones comprometidas por parte de la sociedad anónima mexicana hace más de un año en el estadio Sausalito, que hasta la fecha no han siquiera comenzado. La misma sociedad anónima cuyo gerente sale post partido a señalar que «nosotros cumplimos con toda la normativa». Y sin que se le caiga la cara de vergüenza.
Antes de que el futbol se llenara de tecnócratas con medidas populistas como la constante baja del aforo, era un gusto poder viajar a ver a tu equipo a ciudades cercanas. Para quienes somos padres, era una instancia increíble para enseñarles a nuestros hijos que el futbol no es un programa de televisión con actores que se ponen un traje de colores del Arsenal, del Real Madrid o del Barcelona: Es un deporte. Un deporte que, al igual que la vida en general, te entrega alegrías, tristezas, triunfos y derrotas, pero donde las penas nunca son eternas y siempre existe la oportunidad de tener una revancha, como también siempre existirá la esperanza de conquistar una hazaña.
Es entendible que para partidos importantes siempre la demanda de tickets será mayor a la capacidad de cualquier estadio en Chile. Sin embargo, que un encuentro como el que se jugó con Everton tenga menos de diez mil espectadores como total y un poco menos de 500 visitantes es algo que nos debe hacer reflexionar sobre qué queremos para este hermoso deporte.
¿La solución a la violencia será jugar sin público en algún futuro? ¿Cuál es la responsabilidad de los organizadores en la necesidad de tener estadios en condiciones apropiadas para este tipo de partidos? ¿Será necesario estar revisando la página de una ticketera todos los días de la semana previa a un partido relevante? ¿Tendremos que crear cuentas de acceso a niños pequeños para que podamos adquirir un boleto para que puedan vivir la misma experiencia que uno tuvo con sus padres?
En esta oportunidad pude ver el partido desde mi casa con mis hijos en un sillón, gritar con el alma el gol de Rivero que nos regala ser punteros exclusivos, comerme las uñas y tener el estómago apretado y con calculadora en mano para saber que pasaba si empatábamos. Finalmente no fue así, y los tres puntos hicieron justicia al desarrollo de un partido donde Colo Colo fue superior en lo futbolístico y en lo anímico, sacando a relucir además el Empuje y Coraje que ha marcado nuestra historia cuando vino el empate a 2 y parecía venirse la noche. Un triunfo «a lo Colo-Colo», emocionante e inolvidable, pase lo que pase.
Sin embargo, es inevitable sentir un pequeño vacío al no poder vivir una experiencia como esa en el estadio. Son este tipo de situaciones las que forjan al hincha del mañana, sea del equipo que sea. Todos los que asistimos continuamente a estadios nacionales domingo a domingo lo hacemos por la posibilidad que tuvimos cuando niños de ir a oler el pasto, de escuchar el golpe que el delantero de turno le da al balón o los gritos del arquero ordenando a su defensa. La experiencia más importante era simplemente estar ahí, independiente del resultado. Viajar con un abuelo, padre o madre, comprar un ticket en la boletería, tapar el sol con una visera de cartón, picar papel y comer maní.
Todos los que vivimos esas bellas experiencias sabemos que el futbol no es un programa de televisión. Nuestros chicos aún no. Que nuestras autoridades y las nefastas sociedades anónimas deportivas no sigan una y otra vez privándolos de este derecho.