Por Gonzalo Pérez Amar, enviado especial a La Paz
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Correr el Dakar no es nada de fácil y por algo es catalogada como la prueba de cross country más exigente y dura del planeta. Quince días de competencia, casi siete mil kilómetros de carrera, poco sueño, intensos calores, y hasta aguantar la altitud de Bolivia, son sólo algunos de los obstáculos que deben enfrentar los pilotos que se atreven a participar en el rally.
Si a eso le sumamos viajar solo, sin equipo de asistencia alguno, la odisea parece imposible. Pero hay un grupo de competidores que toma el riesgo y comete la «locura» de correr el rally por su cuenta, siendo a la vez pilotos y también sus propios mecánicos. Son los conocidos «malle motos», que a contar de este año pasaron a estar «apadrinados» por Motul y ahora son la categoría «Original».
Representando el espíritu del riesgo que implica correr el Dakar y emulando a los viejos competidores que se internaban por África, los solitarios pilotos son la envidia de Macgyver, aquel popular personaje de la televisión que se las ingeniaba con lo que tenía a mano para salir de las más peligrosas situaciones.
Es que, por si no bastara con el cansancio de estar todo el día compitiendo en el desierto, estos «locos lindos» llegan al campamento a arreglar su moto, dormir un poco y levantarse a las pocas horas para volver a la carrera. Así todos los días.
Los pilotos de «malles motos» no saben de descanso y bien quedó demostrado en La Paz. Mientras los competidores de punta disfrutaron del día de descanso durmiendo en hoteles, sin siquiera pensar en arreglar sus vehículos, trabajo destinado para el equipo de asistencia que tienen atrás, este reducido grupo de competidores se quedó en el campamento aprovechando cada minuto para dejar todo a punto. A fin de cuentas es el día que más tiempo tienen.
«El día de descanso es para los otros. Para nosotros es el día donde más trabajamos. Todo el mundo está tirado en el hotel descansando y uno trabajando acá. Tengo para todo el día», contó el argentino Giuliano Giordana mientras movía las piezas de su quad.
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El trasandino, que marcha décimoctavo en la clasificación general de la categoría que lidera Ignacio Casale, ha vivido desde adentro los sacrificios de pertenecer a los «original». Y su familia también. Mirando desde un costado de la zona de reparaciones, sus padres y su novia viajaron hasta La Paz para acompañarlo en esta dura travesía y darle ánimo para enfrentar la segunda mitad de la prueba.
Aunque no pudieron compartir mucho, lo importante era apoyarlo mientras arreglaba su moto y hacerle sentir que están con él. A estas alturas ya empiezan a pasar la cuenta los días de carrera o los meses previos de preparación, donde Giordana, por ejemplo, dormía en un colchón inflable al lado de su cama para acostumbrarse a las condiciones del desierto, y cada apoyo o aliento viene bien.
La gran familia de los malle motos
Las pocas horas de sueño, el cansancio de ser piloto y mecánico al mismo tiempo, o los largos ratos arreglando la moto o el cuadriciclo, dependiendo de la categoría donde compitan, parecen convertirse en nada si los «original» lo comparan con la experiencia de ser la admiración de aquellos pilotos que tienen todo a su disposición.
Correr el Dakar ya es difícil, pero para ellos, los Macgyver del campamento, es un esfuerzo doble que se paga con el respeto.
«La admiración se ha dado sola por el reconocimiento. Ellos (los pilotos que no son original) saben lo sufrido que es el Dakar, a eso se suma el esfuerzo extra que nosotros hacemos al reparar y hacer el mantenimiento de la máquina. Por eso los otros pilotos nos respetan y reconocen», dice el argentino Carlos Verza, quien ya lleva cuatro años compitiendo en malle motos.
Pero al meterse en esta locura, los pilotos «original» no sólo se ganan el respeto y la admiración del resto del campamento. También ganan una gran familia.
El chileno Cristóbal Guldman, quien tuvo que retirarse en la cuarta etapa por un problema con su moto, vivió por primera vez esta aventura y se llevó experiencias más que positivas. Tanto así que para el 2019 ya quiere correr de nuevo en los malle en el que sería su quinto Dakar.
«Es bien entretenido, se genera un gran feeling. Dentro de los malles motos hay un ánimo diferente, nos ayudamos todos. En todos los Dakar no había hecho ningún amigo y este año me hice hartos. Me encantó, voy a volver, y de todas las cosas malas sale algo bueno», dijo el chileno al momento de abandonar.
Pese a la barrera del idioma, el grupo de «locos lindos» termina formando una gran familia. La ayuda sincera está a la orden del día, los consejos van y vienen, y pocos pensarían que están compitiendo por quedarse con el título de campeón de los «original». A fin de cuentas es mejor estar acompañado que solo.
«La verdad es que en el mundo del malle moto la única dificultad entre nosotros es el idioma, porque somos pilotos de diferentes partes del mundo, pero donde podamos darnos una mano nos ayudamos«, dice Verza.
«Entre nosotros nos damos una mano y se hace un lindo grupo. Los chicos nos atienden muy bien», agrega Giuliano Giordana.
Esos chicos a los que hace referencia el argentino que compite en quads son los coordinadores de la categoría original. Uno de ellos es Simon Courrier, quien maneja a la perfección el inglés, francés y español, convirtiéndose en un gran apoyo para todos los pilotos.
Encargados de manejar el camión que traslada las herramientas y pertenencias de los competidores, armar el campamento, y brindarles una mano cada vez que puedan a los «malle moto», se transforman casi en los padres de esta gran familia.
«Son el espíritu original del Dakar, de aquellos que venían sin asistencia, sólo con un baúl (malle).Es muy gratificante (ayudarlos), porque para nosotros igual es fuerte. Nosotros nos acostamos a las dos, nos levantamos a las tres y seguimos así, armando y desarmando campamento, dándole una mano, es fuerte», dice Courrier.
«Es algo muy bueno estar acá, hay gente de todos lados, una comunidaden los pilotos, una ayuda, y es muy lindo ver eso. Es muy difícil ver esa ayuda sincera. Es un grupo de amigos que trata de llegar hasta el final. Verlos llegar al final es muy gratificante y sólo seis pilotos se han quedado fuera, es muy bueno y es una relación muy buena. Se lo aguantan muy bien», agrega.
La familia lo único que quiere es ver que los suyos estén bien y que puedan compartir juntos cuando lleguen al podio final en Córdoba. La ubicación en la tabla no importa, lo trascendental es completar esta loca travesía.
La experiencia del felino Verza
Dentro del grupo de los malle motos hay de todo. Belgas, argentinos, polacos, o franceses, confluyen en esta «locura» de terminar el Dakar haciendo la carrera por sí solos.
Y así como hay nacionalidades para regalar, también hay historias por montón. A nadie le extraña, por ejemplo, que al lado de Olivier Pain, el francés que hace poco corrió por el equipo oficial de Yamaha, esté el joven argentino Juan Rojo, quien, a sus 20 años, es el más pequeño de los pilotos en el Dakar 2018 y recién está en su segunda edición de la carrera.
Pero en este loco grupo de los original hay uno que destaca: el argentino Carlos Verza. El chaqueño ya lleva, con esta edición, cuatro años compitiendo en los malle y suma de las buenas y de las malas. Con dos terminados y un abandono en 2016, parece ser la voz de la experiencia en este familiar campamento. Una especie de «abuelo» que ya está acostumbrado a las pocas horas de sueño.
«Mi récord de lo menos que dormí fue en 2015, donde pasé dos etapas corriendo sin dormir. Tuve que cambiar motor en el primer día, ese Dakar fue muy difícil. Estar sin dormir no es fácil y habitualmente duermes tres horas, cinco como mucho», dice.
Aunque le ha agarrado el gusto a correr sin asistencia, no descarta la opción de cambiarse a las «comodidades» de tener su mecánico y un equipo atrás. Pero hay un pequeño gran inconveniente: los recursos.
El trabajo como técnico electromecánico no le da para darse lujos, pero así y todo se las ingenia para llegar al Dakar. Lo importante es estar y hasta sus amigos lo entienden: «mis amigos colaboran, trabajo todo el año y lo que va sobrando de lo básico lo dejo para el Dakar».
Su esfuerzo por estar en la carrera cross country más dura del planeta no es lo único que llama la atención en Carlos Verza. Su indumentaria también destaca. Vestido de felino, el argentino, por segundo año consecutivo, simula ser un yaguareté, un animal del norte de Argentina que está en peligro de extinción.
«Tomé la decisión de usar estos colores porque es un felino que está desapareciendo, hay muy pocos y lo siguen matando. Es para enviar un mensaje de conciencia», agrega.
En su cuadriciclo otro detalle para destacar: una calcomanía que rinde homenaje a los 44 tripulantes del desaparecido submarino ARA San Juan. Verza es de esos personajes que parecen estar en peligro de desaparecer.