Columna: Con ustedes, el recambio

Lo hecho por Jarry en Río ya no es una esperanza, sino una confirmación.

Tantos minutos de televisión y radio que se ocuparon, tantas líneas que se escribieron, tanta tinta que se gastó. Y aquí estamos, con el trillado recambio frente a nuestros ojos, porque lo hecho por Jarry en Río ya no es una esperanza, sino una confirmación.

Cuando todo apuntaba a que la Generación Dorada del tenis sería continuada por Garín y Malla, campeones mundiales juveniles en su momento, y luego el Tanque, ganador de Roland Garros junior, apareció un desconocido rubio alto que calladito fue abriéndose espacio. Y hoy nos tiene otra vez en las grandes ligas.

Y lo está haciendo con un repertorio tenístico que por lo menos mi privilegiada generación no ha visto, y si ningún viejo -con respeto- me corrige, creo que nunca se vio en nuestro país. Y eso que hemos tenido de todo en los últimos 25 años.

Tuvimos la suerte de deslumbrarnos con el talento del Chino, el día y la hora que fuera, con la Bacarreza y el Pato Cornejo por las pantallas del 13. Y nos llenábamos la boca con que teníamos al más genial de todos y nos lamentábamos con que si hubiese sido más profesional…

Después, se nos infló el pecho con la garra del Nico -complementada con una excelente devolución, no se olvide-, con su punto cúlmine en Atenas 2004 y el recordado relato de Solabarrieta, el de la gesta heroica. Y nos ufanábamos por tener al jugador con más huevos de todos los tiempos, el del “nada es imposible…”.

En simultáneo, nos sorprendimos con la potencia del Feña, con esos bombazos en que el rival con suerte alcanzaba a reaccionar, y nos levantamos temprano para ver por ESPN ese Abierto de Australia que nos hizo soñar y ese Masters donde la ganó a Su Majestad. Y nos vanagloriábamos con que teníamos a “la mejor derecha del mundo”.

¿Y Jarry, en qué categoría entra? En ninguna pues, si es un bicho raro en nuestra historia tenística. Su altura y su saque son armas de las que nunca gozamos, como tampoco de su tranquilidad, ya que nos acostumbramos a la irreverencia de Ríos, a los “vamos” de Massú y a los rugidos de González.

Quizá sea porque empezó defendiendo la bandera de Estados Unidos, pero, pese a la pinta, tiene bien poco de gringo, pues, tal como le contó a este medio cuando apenas tenía 16 años, su sueño siempre fue jugar por Chile. En eso sí se parece a la Dupla Dorada y lo ha demostrado con creces en la Copa Davis.

Disfrutemos de este nuevo estilo que nunca ha pasado por delante de nuestras narices, parecido al de Berdych, como él mismo definía cuando todavía no era ni siquiera mayor de edad, de juego plano y ataque constante. Pero, sobre todo, tenga claro que llegar hasta donde llegaron los otros tres no es para nada fácil.

Paciencia.

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