Los clásicos son clásicos porque no importan que sean los mismos protagonistas, la incertidumbre de quien vencerá es el gancho que hace mover las capitales del fútbol cuando se aproxima uno de esos terremotos grado 8 que terminan con la clasificación de uno y la desolación de otros.
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Bayern Munich y Real Madrid se enfrentaban en una semifinal de Champions League nuevamente, provocando ese movimiento nervioso que la urbe palpitó desde temprano. El día más largo del año seguramente para los ciudadanos de la capital española que desde temprano salían a las calles celebrando el 1 de Mayo.
En sol terminaba la marcha de los trabajadores que exigen igualdad, mejor empleo y pensiones dignas, compartiendo las calles sin problemas con personas aprovechando el buen tiempo para hacer deporte y uno que otro rezagado de la fiesta del día anterior. Sin embargo y pese al derroche físico la ciudad no parecía cansada y sus venas se movían rápido en sentido al Santiago Bernabéu. Jornada de Europa decían en el camino y se instalaban a esperar el bus del equipo merengue en las faldas del recinto, la Plaza de los Sagrados Corazones.
Juramentándose entraron todos, los rojos y los blancos, seas Cristiano Ronaldo o Keylor Navas. Porque es un derbi y el más inesperado puede ser el factor clave de la victoria final.
Jugadores en el interior de un macizo con cuatro pisos y 81 mil espectadores. Los Ultras de impecable blanco sueñan en gritar goles, pero no son ellos los que comienzan festejando. Bajo un lienzo que dice “Bestia Negra” un hincha latino del Bayern celebra junto a otros 4 mil afuerinos la apertura de la cuenta. El regular Joshua Kimmich demuestra que por los laterales los alemanes se harán fuertes.
La tierra comienza a moverse, pero los escépticos feligreses no se mueven de sus puestos pese al miedo. “Juntos no hay imposible”, dice uno de las pancartas locales con fondo morado y en eso se agarran para seguir alentando a un equipo que presionó alto sin importar dejar espacios.
El miedo a veces afecta de forma positiva y junta a la familia. El núcleo Merengue no sólo perdonó, sino que empujó a Karim Benzema a buscar una revancha en una temporada para el olvido. Dos goles reivindicatorios, con la cabeza exacta en el primer tiempo y el oportunismo que más gusta en Madrid para aprovechar el impresentable error de Corentin Tolisso y Sven Ulreich.
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Yerros iban y venían. Ansiedad decía el más experimentado con abrigo y bufanda en tercera fila. Algunos perdonables como no dar un buen pase, otros que darán vueltas en la cabeza toda la noche como las equivocaciones del árbitro Cuneyt Cakir de Turquía que agrandó la sensación de que los locales cuentan con ayuda al no cobrar dos penales que hubieran cambiado la historia. O quizás no, es un clásico.
Pero la amenaza seguía latente y duraría hasta el final. El Bayern como en toda la serie perdona frente a Keylor que además de estar fenomenal, tuvo suerte. Voladas a los dos costados del arco, salidas con seguridad y celebrando sin hacer nada ante la impericia de James Rodríguez y de Thomas Müller.
El mismo colombiano tendría su protagonismo especial en el encuentro. Hizo el gol del empate y pidió perdón, mientras algunos lo insultaban. Pero rápido se reivindicó con la hinchada que hasta el año pasado lo vitoreaba, cuando un jugador madrileño cayó al piso lesionado fue el único capaz de calmar la ansiedad y aplicar el fair play tirando la pelota fuera, ovación que se alargó hasta cuando fue reemplazado por Javi Martínez.
Encontrones, jugadores blancos comandados por Sergio Ramos en el piso. Se la saben por libro y si es en un clásico mejor. Ah pero si es en Champions llevar al límite el mote de clasiquero es su especialidad. Así se mueven hasta el final del encuentro, vencieron y lo celebran marcando el epicentro del terremoto de emociones, están en la tercera final consecutiva de Champions League y con un libreto clásico, como más les gusta.
Imagen clásica de un día a la altura. Para la postal de recuerdo las dos barras saltando y aplaudiendo a sus equipos pese a que el resultado sólo le sirve a uno. Quizás sea porque en el clásico lo que más importa es dejar todo en la cancha para algunos y para otros tocar la gloria como sea.