Por Pablo Vargas Zec, enviado especial a Kiev.
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Para quienes no gustan de Cristiano Ronaldo, por su juego o personalidad, la final de la Champions League fue otra ocasión para apuntarlo con el dedo. Algunos de sus detractores, más atrevidos e ignorantes, se atreven a señalar que el portugués destiñe en las grandes ocasiones. Y, claro, enfrentado a la posibilidad de aportar para un inédito tricampeonato en el torneo, CR7 no fue el factor determinante que suele ser.
De hecho, tenía la oportunidad de superar a su némesis, Lionel Messi, como goleador de la temporada. Pero se fue del partido que cierra la temporada sin anotar, y sin desnivelar demasiado. Preocupó a la defensa del Liverpool permanentemente, repartió instrucciones, alentó y retó a sus compañeros, pero ahí se corta su aporte, algo escaso para lo que se esperaba,
Partió por la izquierda. Y, cuando Cristiano Ronaldo entró en contacto por primera vez con la pelota en la final de la Champions League jugada el sábado por la noche en Kiev, buena parte del estadio Olímpico de la capital ucraniana lo pifió. Con ganas. Durante diez o quince minutos, Liverpool era el fiel reflejo de lo que su técnico, Jurgen Klopp, predica y pretende: un equipo presionante, asfixiante, vertical, ofensivo. Real Madrid parecía con la brújula extraviada, pese a intentar hacerse de la posesión del balón. Sin embargo, no fue hasta que apareció el portugués en ofensiva que el partido empezó a cambiar.
Fue en un balón recuperado por Carvajal en tres cuartos de cancha que CR7 tuvo su primer arranque. Para ello, eso sí, además de la intervención del lateral que lo habilitó, requirió cambiarse de lado e instalarse por la derecha. Entró solo por ese lado, pero elevó el disparo.
Ya de vuelta a la banda original, repartió instrucciones cuando el equipo no terminaba de ser profundo pese a ya haber controlado el chaparrón inicial de los Reds.
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Recién a los 41 minutos volvió a tener una acción de cierto riesgo, pero acabó dando un pésimo pase. Pero, antes del descanso, tiene un cabezazo que terina en gol de Karim Benzema, que sería anulado por posición fuera de juego.
El segundo tiempo fue aún más escaso en protagonismo para el portugués.
A los 72, entra por la derecha, intentando una de sus clásicas bicicletas, pero la pelota le sale larga y termina arrancándosele por la línea de fondo. Y, dos minutos más tarde, Casemiro encabeza un contragolpe y habilita a un CR7 desmarcado por el centro. Nuevamente eleva el remate en inmejorable posición.
Eso fue todo para Ronaldo en la final. De hecho, después del partido, jugó al misterio, poniendo en duda su continuidad en la Casa Blanca. El tiempo dirá si es una jugarreta que tenga mejor destino que su actuación en el Olímpico de la capital ucraniana, porque en la final de la Champions de la decimotercera orejona del Madrid, el portugués no hizo más que alimentar las críticas de sus atrevidos detractores.