Fue una verdadera crónica de una muerte anunciada. Después de la expulsión de Jader Valencia en Colombia, el hecho no golpeó a Chile, ya que en la cancha nunca pudo inclinar el trámite a su favor y apenas se sintió la superioridad numérica. Muy por el contrario, los cafeteros apostaron al contragolpe, y allí físicamente fueron superiores a la Rojita, que si bien hizo el desgaste, tampoco fue un equipo que avasallara en la cancha.
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Es cierto que hubo rendimientos que mejoraron, pero no fueron suficiente. Colombia manejó el balón en los últimos minutos, técnicamente fue mejor y físicamente le pasaron por encima a los pupilos de Héctor Robles, técnico que consumió un nuevo fracaso en su carrera, tras no lograr avanzar de fase por segunda vez consecutiva en un Sudamericano Sub 20, tras el papelón en Ecuador 2017.
Iván Morales fue de lo mejor, junto con Diego Valencia, pero Chile no supo resolver y amarrar la clasificación, con todo a su favor: el público, la superioridad de hombres en el terreno de juego y la calculadora, la que le permitía a la Rojita con un empate, avanzar a la ronda final del certamen juvenil. Pero el conjunto local no aprovechó nada, muy al contrario, se asustó, se echó atrás y encontró en el último suspiro un castigo, que por más que duela, fue justo y sin apelación.
Los últimos minutos frente a Colombia dejaron al desnudo lo que fue Chile a lo largo de su opaco andar en Rancagua, que apenas fue maquillado con el triunfo frente a Brasil: El equipo del Choro fue débil de cabeza, de físico y de argumentos fútbolísticos. Una prueba de ello fue que teniendo un hombre más apostó al pelotazo y nada más. Absolutamente nada más.
Otro triste final de verano. Las lágrimas y la rabia abundaron en el camarín local, donde pocos se atrevieron a dar la cara frente a la prensa una vez consumado el fracaso. En la interna es prácticamente un hecho que el ciclo de Héctor Robles llegó a su fin. Chile se fue a su casa, o se quedó en su casa, sin pan ni pedazo, y con una pobre imagen.
Merecido tal vez…