Mientras nos pasamos todo el 2018 hablando de los referentes de la Generación Dorada que no estuvieron en la Selección por decisiones «técnicas» (Claudio Bravo y Marcelo Díaz) o de la difícil adaptación a sus nuevos equipos de los dos cracks de la Roja (Arturo Vidal y Alexis Sánchez), hubo uno que fiel a su estilo, calladito, pero no por eso menos importante, fue retomando su gran nivel habitual de cara a Brasil 2019.
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Tras superar dolorosas lesiones que lo complicaron durante buena parte del año anterior, y que lo tuvieron «deprimido y frustrado», según su DT, por el largo tiempo de recuperación que debió soportar, Aránguiz ha vuelto a ser el de antes en el Bayer Leverkusen, tal como lo demostró el jueves pasado siendo el alma de su elenco y volviendo al gol después de 16 meses, pese a la eliminación de su club de la Europa League.
Más allá de los alemanes, el que debe estar contento es Reinaldo Rueda, quien sólo pudo disfrutar del despliegue del dinámico volante en su debut en marzo en la banca de la selección chilena -coincidencia o no, triunfo por 2-1 a domicilio sobre una Suecia que sería cuartofinalista de Rusia 2018- y en el 0-0 como visita ante Corea del Sur -donde fue uno de los mejores y terminó saliendo lesionado para estar 60 días de baja-, notándose su ausencia en las debacles contra Perú y Costa Rica.
No voy a venir a descubrir a estas alturas qué significa Charles para la historia de nuestro fútbol, pero bien vale la pena recordar que fue el mejor jugador del combinado nacional en la primera Copa América que ganó Chile en sus 100 años de vida.
Con la humildad que lo caracteriza, se ha concentrado en recuperarse en silencio en suelo germano, «paso a paso, para dar el 100 por ciento» cuando el Equipo de Todos vuelva a la cancha a defender su bicampeonato continental, como avisó luego de su tanto de la semana que se acaba.
Todo Rei necesita un Príncipe, más cuando este último trabaja silenciosamente para mantener firme la corona.