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Alberto Abarza, el medallista de oro que nunca sabe si volverá a competir

A los 36 años, el nadador ganó la primera presea dorada para Chile en los Juegos Paralímpicos de Tokio. El deportista, que es candidato en otras pruebas, tiene un síndrome degenerativo llamado Charcot-Marie-Tooth que afecta sus músculos.

Abarza
Alberto Abarza / Comité Paralímpico de Chile

Tras los Juegos Parapanamericanos de Lima 2019, luego de ganar tres medallas de oro y dos de plata, Alberto Abarza asomaba como carta de éxito para Chile en los Paralímpicos de Tokio. Sin embargo, el nadador no estaba tan seguro de poder repetir sus marcas en la piscina japonesa, pero no porque no tuviera la disposición para seguir compitiendo ni mucho menos. Al “Beto” lo afecta el síndrome de Charcot-Marie-Tooth, una enfermedad degenerativa que atrofia los músculos. Por eso, en medio de la gloria en la cita peruana, el deportista nacional gozaba como pocos de sus preseas, pues no sabía si habría otra competencia internacional para él producto de su salud.

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“Él siente que tiene una ‘ventaja’ sobre el resto, pues su filosofía es disfrutar al máximo el día a día, porque su enfermedad lo impulsa a plantearse de ese modo, porque lo está acabando”, cuenta el periodista Gustavo Huerta, autor del libro “Y me volví a levantar”, en el cual relata las historias de nueve deportistas paralímpicos chilenos y las dificultades que han superado para ir en búsqueda del triunfo. Uno de ellos es Abarza, ganador del primer oro de la delegación nacional en los Paralímpicos de Tokio, al imponerse en la categoría S2 de los 100 metros espalda de la natación adaptada.

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Si bien comenzó a nadar desde pequeño, no fue hasta 2015 que se tomó en serio el deporte.

Corría el 2000 y, con 16 años, la enfermedad hizo que sus piernas le impidieran movilizarse. La decisión fue no usar silla de ruedas. Durante un año y medio, prácticamente no salió del departamento en un tercer piso de un edificio sin ascensor en Cerrillos, donde se movía en “punta y codo”.

Por entonces, la vida de Abarza transcurría frente al televisor para distraerse con videojuegos, viendo el programa “Pase lo que Pase”, del que era fanático, mientras que sus carretes de fin de semana eran como espectador de “Lunáticos”.

Hasta que descubrió unos talleres de baile de Teletón. Entonces, decidió tomar una silla de ruedas y unirse a ellos. Eso le abrió un mundo diferente: con sus amigos salía y, según reconoce en el libro de Huerta, la noche también la disfrutaba al máximo. Por esos años fumaba, y mucho. Dos cajetillas diarias.

Pero 2010 sería uno de los momentos de inflexión en la vida del ahora medallista de oro. En septiembre de ese año cayó a la Posta Central de urgencia, porque su corazón y sus pulmones no respondían, al punto que debieron reanimarlo. El carrete le pasaba la cuenta y, durante la lenta recuperación que lo tuvo tres semanas hospitalizado, en lo único que pensaba el “Beto” era en mejorarse para poder conocer a su primera hija, que nacería poco después. Finalmente, ese capítulo de contrastes se cerró positivamente.

Pero en el éxito de este miércoles en Tokio de Caroly, como le dicen sus amigos deportistas porque ése es el segundo nombre de Abarza, hay algunos protagonistas menos conocidos. Como Sebastián Cárdenas.

El entrenador de natación sabía que había un deportista que destacaba en la piscina de la Teletón. Sin embargo, Abarza era reticente a competir. No quería. No había caso. Pero como Cárdenas es tan perseverante como quien comenzaría a ser su dirigido, logró convencerlo.

Fue en 2015 cuando Abarza entra en el radar del paralimpismo local, cuando va a un Nacional y logra las marcas para asistir a los Juegos Parapanamericanos de Toronto. Su participación en Canadá no fue particularmente destacada, pues competía en la clase S3. Sin embargo, en esa instancia, se constató que su discapacidad era mayor, por lo que fue calificado para la S2. Y ahí comenzó su despegue, que se coronaría con el oro de este miércoles, pero que puede traer más preseas en las otras pruebas en que estará presente en la cita tokiota.

Abarza luce, orgulloso, la medalla conseguida. Seguramente, le da lo mismo el metal de la que está hecha. Porque “Beto” disfruta. Goza de las oportunidades. Es que él, como pocos, sabe que, más allá de los triunfos, lo importante es el regocijo de poder recorrer el camino.

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