No sólo los novios estaban felices con la boda, sino que uno de los curas también, y era tanta la alegría que no pudo evitar hacer no una, si no que dos volteretas.
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Cuando casi todos los invitados abandonaban la Abadía de Westminster, el padre dio rienda suelta a su felicidad realizando dos piruetas.
Quizás el párroco pensó que nadie lo vería, pero los canales de televisión aún no sacaban todos sus equipos por lo que las acrobacias quedaron inmortalizadas.