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El día en que Fidel Castro no quiso besar en la boca a Leonidas Brezhnev

En la segunda visita de Fidel Castro a la capital de la Unión Soviética, Moscú, se vio en la disyuntiva de tener que besar en la boca al líder de la potencia oriental, quien acostumbraba a hacerlo como símbolo de hermandad.

Después del intento de invasión de los exiliados cubanos en Estados Unidos, apoyados por la CIA, en lo que fue la batalla de Bahía de Cochinos, Fidel Castro extremó su enemistad con el país del norte y se acercó a la Unión Soviética. El embargo impuesto por los estadounidenses llevó a Castro a fortalecer las relaciones económicas con la URSS, y a visitar el país por primera vez en 1961.

Una vez asumido el nuevo presidente, Leonidas Brezhnev, en reemplazo de Nikita Kruschev, Fidel Castro volvió a visitar la Unión Soviética en 1964. Y mientras iba en el avión hacia Moscú, los asesores de Castro le advirtieron sobre la tradición que le gustaba poner en práctica Brezhnev apenas un líder amigo pisaba la loza del aeropuerto: besarlo directamente en los labios.

Esto, para Brezhnev, era símbolo de masculinidad, de hermandad y de demostración de hombría: qué más importante que un gesto como tal entre dos hombres influyentes, entre amigos, entre hermanos, entre camaradas. Así quedaría demostrado años más tarde, cuando Brezhnev y el presidente de la República Democrática de Alemania, Enrich Honecker, protagonizarían el beso más famoso de la Guerra Fría.

Pero para Fidel Castro, quien era reconocido por su afición por las mujeres, significaba una verdadera traición a su hombría. No quería ser objeto de burlas ni de bromas insidiosas sobre su masculinidad, por lo que un beso en la boca a otro hombre, aunque fuese su principal benefactor, era impensable.

  1. Fidel Castro y sus mujeres: dos esposas y muchas amantes

Fidel, preocupado por que una imagen suya besando a otro hombre no quedara en la Historia de la humanidad, ni de la Revolución ni de la Unión Soviética, pensó en la forma de evitar la situación y de mantener su hombría intacta. Y entonces se le ocurrió.

Aficionado a los cigarros habanos, apenas el avión en el que viajaba tocó la losa, no esperó ni a que el capitán del vuelo apagara las señales de cinturón de seguridad, y como en ese tiempo estaba permitido fumar en los aviones, encendió el habano más grande que encontró en sus reservas. Y así fue al encuentro con Leonidas Brezhnev: con un cigarro en la boca.

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