Columna de TV sobre "Soltera otra vez": Vuela alto Cristina

Monito es un pelmazo de las relaciones, porque pelmazos son las personas que nunca están seguras de lo que quieren. Que avanzan a tientas siguiendo luces repentinas, rompiendo a su paso corazones ajenos como si fueran vasos desechables. Cristina es una pava que no sabe estar consigo misma; parte importante de su autoestima parece depender de si está comprometida o no. De ahí su torpeza esencial, esa que a algunas les genera empatía y a otros irritabilidad extrema. Y en medio, el tema preferido de todos: el amor, pero sobre todo, el desamor.

“Que no todas las mujeres son así de patéticas, ni andan con el vestido de novia en la cartera”. “Que no todos los hombres son unos pasteles poco empáticos. Necios, estúpidos, engreídos, egoístas y caprichosos” como versa la canción; así de extremas fueron las reacciones hace cuatro meses atrás, cuando partió “Soltera Otra Vez”, con un capítulo que definió muy bien la moral de la serie. Esa que se repitió en su final, cerrando un círculo perfecto: ríe cuando tengas el corazón roto. Y nunca pierdas la calma. Porque no hay soltería que dure cien años.

El mega éxito de “Soltera Otra Vez” no se debió exclusivamente a la calidad de sus guiones y actuaciones, a su delicado equilibrio entre la comedia y el drama, ni a su capacidad para retratar todas las posturas frente a las relaciones de pareja que uno encuentra en esa generación de los treinta y tantos. El éxito de la serie se debió sobre todo al nivel de identificación que alcanzó con su audiencia, y que se vio reflejado en que todos tenían una opinión pasional sobre sus personajes, llegando a absurdos tan grandes como exigirle a la ficción que retratará con equilibrio la realidad.

“Soltera Otra Vez” no es sólo el programa más visto del año con 26,5 puntos de rating promedio -superando incluso a “Mundos Opuestos”-, un dato a estas alturas casi anecdótico para el televidente. “Soltera Otra Vez” es por sobre todo una serie que logró lo que pocas: traspasar la pantalla y hacerse tangible, casi real. Un efecto que no se veía en pantallas nacionales desde “Los 80s”. Doble mérito, porque a diferencia de ella, lo logró sin apelar a un contexto que nos une colectivamente. Y eso ya es mucho.

Quizás el nivel de identificación y pasión que generó en los televidentes se debió a que finalmente todos hemos sido Cristinas, Álvaros o Monitos en algún punto de nuestras vidas. Porque el que nunca ha sido un pelmazo infame, no ha estado perdido en la vida ni usado las relaciones como una tabla de salvación; la que no se ha desesperado por el miedo a la soledad, no se ha fijado en la peor opción o ha actuado como una perfecta tonta, los que jamás se han refugiado en relaciones pasajeras para anestesiar el dolor, habrían cambiado de canal hace rato. Y al parecer, nadie lo hizo.

Por Marcelo Ibáñez Campos.

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