Jane Hermosilla, la primera niña símbolo de la Teletón: “Mi testimonio de vida lo doy todos los días”

El rostro de la camppaña de 1978 le abrió a Publimetro las puertas de su casa y de su corazón para contarnos sus penas y alegrías. “Me rehabilitó totalmente”, dice refiriéndose a la fundación, a la que defiende a ultranza hoy, totalmente realizada como persona y como madre.

Es su día libre pero igual se levanta a las ocho de la mañana. “Es que tengo que llevar al Alonso al médico y después hacer un montón de cosas”, dice. Alonso es su hijo de ocho años, fruto de una relación que ya terminó y que hoy es su vida, su razón de seguir luchando, su compañero y su mayor cercanía con la felicidad.

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En su habitación, Alonso se enfrasca en un videojuego después de saludar y sólo lo deja una vez terminada la entrevista porque es hora de ir a ver al médico. Es viernes y tuvo que faltar al colegio, donde cursa tercero básico, porque no es fácil conseguir hora, aunque sea para un control de rutina.

“Si quieren un cafecito se lo tienen que preparar ustedes mismos, porque la Rosita ya se fue”, apunta ella. Ella es Jane Hermosilla, la niña símbolo de la primera Teletón, aquella de 1978, y nos ha abierto las puertas de su casa y de su corazón para contarnos cómo han sido todos estos años luchando contra la artrogriposis múltiple congénita con la que nació y con la que ha debido lidiar por 40 años.

Tenía 4 cuando la escogieron en 1978 para ser la niña símbolo de una campaña inédita en Chile que marcaría a fuego los diciembres de allí en adelante. “Eres la niña que representará a todos los niños de la Teletón, eres nuestra primera imagen, nuestra primera niña símbolo”, le dijo Mario Kreutzberger, Don Francisco, cuando la presentó al mundo de la televisión.

Curiosamente, el día de la Teletón un guardia despistado no la dejó entrar a ella y su mamá y tuvieron que devolverse a la casa.

“La Teletón me rehabilitó. A mí y mi mamá”, sentencia. Sofía tenía 21 años cuando tuvo a Jane, era una mujer de campo que trabajaba como obrera en una empresa en Santiago. Madre soltera, sola, pero tremendamente digna, igual se las arregló para salir adelante con su hija, a la que jamás dejó de incentivar para que enfrentara la vida sin miedos, sin buscar lástima, sin pedir regalos. Le enseñó a ganarse el sustento, a pelear por sus sueños.

“Vivíamos cerca del estadio Sumar, ahí cerca de Vicuña Mackenna, y nos costaba mucho llegar al hospital Teletón. Por entonces, entrenaba allí el equipo de Palestino y siempre había algún jugador que nos llevaba en su auto”, rememora Jane.

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“En ese tiempo tenía que trabajar con unos aparatos de fierro, enormes y pesados, me costaba mucho tratar de caminar con ellos, por eso me alegro tanto cuando veo que ahora se usa una tecnología más amable”, cuenta, pero no se apena cuando recuerda las múltiples y dolorosas operaciones a las que fue sometida, los largos períodos con yeso, los sacrificios para movilizarse, las horas de desesperanza.
Su juventud no fue fácil. La enseñanza media le trajo las dificultades con que el entorno somete a las personas como ella. Las dudas sobre el futuro llegaron tan rápido como los empujones de su madre para que saliera a flote. “Ella fue muy importante en ese proceso y en la Teletón me motivaban día a día para que no me rindiera, me enseñaron a enfrentar mi situación. Me comprometí a mí misma a no dejarme vencer por nada. Quería ser alguien, trabajar, casarme, tener una familia”.

Su primer trabajo fue llamativo. “En la media estudié para ser programadora en computación y tuve que hacer la práctica en una empresa que vendía sepulturas”, confiesa. “Pero al tiempo quebró y me quedé sin trabajo y sin dinero, porque lo que me correspondía me lo pagaron mucho después”.
En Teletón le dieron una mano. Le enseñaron a enfrentar una entrevista de trabajo, a hacer su currículum, a buscar un espacio en el mundo laboral.

“Postulé al Banco O’Higgins y quedé. Estuve varios años, pero me bajó el bichito y me fui a vivir a Mehuín con mi pareja. Pero a los cuatro meses me devolví, separada y embarazada. Regresé con una mano delante y otra atrás. Sin plata ni para pan. Fue muy importante la ayuda de mi mamá y de Rosita (la señora que la cuida desde entonces). Cuando nació Alonso mi vida dio un giro tremendo. Comenzó otra etapa de mi vida, porque me di cuenta que ahora era responsable de él y que no podía quedarme pegada en la tristeza”.

Así que se armó de valor, metió el currículum en la cartera y partió a buscar empleo. “Entré al BCI gracias a que tenía quien me cuidara al Alonso, porque iba a ser muy difícil que me dieran trabajo si tenía que preocuparme de un recién nacido. No hubo problemas y ya llevó ocho años en el banco”.

Es ejecutiva de retención -se preocupa de que los clientes permanezcan como tales- y ahora, además, está estudiando Ingeniería Comercial en la Adolfo Ibáñez. Trabaja desde su casa, un hermosísimo departamento en Quilicura, amplio y soleado, hasta con patio porque está en un primer piso.

“Lo compré hace como 16 años, me costó 8 millones de pesos de entonces y ya lo terminé de pagar”, señala, con un dejo de orgullo que trasparenta lo que siente por sí misma. Ni un atisbo de resentimiento por la vida que le ha tocado. “Tengo dos hermanas por parte de padre y dos hermanos por parte de madre y me llevo muy bien con todos. Mi mamá se fue a vivir al campo, cerca del lago Rapel, tiene gallinas y todas esas cosas. Cuando voy me reciben con asado y huevitos frescos”, dice, mientras su mirada trasluce su alegría de vivir.

Se le ve contenta, realizada, con sus metas cumplidas. “Nadie viene a tu casa a ofrecerte un trabajo, tienes que buscarlo”, sostiene. Y no deja de apuntar que todo lo que hace ya no es por ella, es por Alonso. “Quiero que sea feliz, que sea un niño bueno, que también alcance todos sus sueños”.

Y en la despedida nos deja una reflexión: “Mi testimonio de vida lo doy todos los días, en el supermercado, en la feria, en el colegio de Alonso, en la calle. La Teletón me rehabilitó, pero todo lo que tengo me lo gané a pulso”.

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