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Columna de Copano: La Práctica

Mi amiga está furiosa. Se siente despreciada. Es un talento genial, es joven, guapa, interesante, inteligente, llena de vida. Cuatro años haciendo todas las tareas, cumpliendo con los requisitos, las frases hechas, las construcciones de futuro y los cuadros con el éxito y las medallas, para recibir retos y malos momentos tras mostrar su talento e ideas, a manos del viejo zorro de siempre que pisa las intenciones y llama “a calmarse, porque es molesto ver a alguien nuevo intentando llamar la atención siempre”. Y eso que sólo intenta aportar a su manera, planteando temas e ideas. Uf. Qué gente vieja de alma es la que rodea.

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El mismo discurso se replica entre otros brillantes que conozco. Es que “la práctica” parece ser el momento donde te cortan las alas en el mundo laboral. Yo conocí tipos que se la farrearon comprando que en realidad lo que había que hacer era ser cómplice de un jefe huevón, bueno para los jales y el copete cuyo único mundo era el escritorio. Otros renunciaron completamente a su vocación, al darse cuenta de que el manual que les habían entregado en la universidad era imposible de aplicar entre tanta torpeza que rodea la pega. En no saber cómo sacar la vuelta y simular un poco. Jodidos mentalmente porque los usaban una y otra vez para hacer las cosas peor evaluadas. Los que sobrevivieron a la práctica, al principio eran energúmenos que querían crecer más y más. Finalmente siempre fueron vistos como el hermano menor y salieron un poco humillados, años más tarde.

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El mundo laboral es complicado, en especial para la gente joven. Nadie te dice cómo vestirte, qué hacer, cómo ser cínico. Cursos que sí deberían dar en la escuela. A mí me tocó entrar por la ventana a mis pegas, validarme en quedarme de sol a sol trabajando, y ahí estaban estos cabros, que obviamente tienen otra madera, pero que también la sufrían porque ¿quién te enseña a hablar bien? ¿a ser presentable? ¿a plantear una idea frente a un tirano que se hace pasar de jefe?

Yo tuve excelentes tipos a cargo. Y otros que no lo fueron tanto. De esos, los últimos, a veces aprendí más. Nunca olvidaré a uno que hablaba de “la zona verde” para hacer una metáfora legal con tal de proveer marihuana al equipo. Otros eran aún más raros, más oscuros, más de escondite. Los que sonreían en el pasillo tratando de esconder los labios.

Cuando veo amigos mas jóvenes o que entran al mundo laboral, trato de explicarles todo eso. Y cuando se dan cuenta se encuentran con el monstruo gigante de los resultados, las evaluaciones, las traiciones, la lógica de “esconder lo del otro” encuentran razón en la advertencia: los trabajos, en especial en el mundo de las comunicaciones, no son siempre en la lógica real de “me porto bien y me dan un premio”. No pues. Generalmente funcionan en torno a no pasarla bien. Y uno se miente un poco pensando que el trabajo es un parque de diversiones.

Lo que hay que encontrar, y en lo que hay que educar, es en la cultura de la felicidad, menos enfocada al resultado del dinero. Más en lo de adentro, en el aprender, en lograr interactuar sanamente con los otros y no sufrir por lo que tienen los otros. Es ahí donde hay que transitar y hay que desear suerte a tanto practicante que gana una mierda y es explotado por viejos mala onda: que encuentre su lugar para poder partir y crecer al interior de su vocación. Y que no se la maten entre tanto energúmeno que da vueltas por ahí.

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