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Columna de Juan Manuel Astorga: "Esos días"

Son días en los que la autoridad no entiende o no quiere entender por qué la ciudadanía se queja. No entiende (...) que crecimiento no es sinónimo de desa­rrollo

Son días nublados. No sólo allá arriba. Debajo de ese cielo que nos mira sin entendernos, para nada, estamos nosotros. Y vivimos días nublados en los que nadie comprende por qué estamos como estamos. Son días que en realidad han sido años. Es una temporada que nadie sabe cuándo comenzó ni menos cuándo piensa terminar. Una época de más incertidumbres que de certezas. 

Son días en que protestamos. Días en que por fin decidimos sacar la voz. Pero nos movilizamos pidiendo lo que nadie está realmente dispuesto a dar. Exigimos cambios, pero fuimos garantes durante demasiado tiempo de lo mismo que ahora queremos modificar. Acogimos y avalamos y nos beneficiamos de un sistema que ya no nos acomoda. Pero a los que sí, no están disponibles para rectificarlo en nada. Y por eso protestamos.

Son días en que nos rebelamos contra el abuso de poder. Y le ponemos nombre y cara a esa rebeldía, aunque no conozcamos el fondo del sistema contra el cual nos movilizamos. Hoy es Hidroaysén. Hoy es la educación. Mañana, quién sabe. Incluso podemos no saber lo que queremos, pero al menos sí sabemos lo que ya no nos interesa o nos sirve.

Son días en los que la autoridad no entiende o no quiere entender por qué la ciudadanía se queja. Porque, claro, son días en que la economía crece y el desempleo baja. No entiende, como a nosotros también nos cuesta hacerlo a veces, que crecimiento no es sinónimo de desa­rrollo.

Son días en que algunos pelean por causas propias. Pero son días en que también lo hacen por causas ajenas. Y cuando eso ocurre, se está peleando por causas justas. Pero son días en que la justicia no es igual para todos. Porque si a un cliente lo pillan robando en una tienda, lo califican y condenan como a un delincuente, pero si es el dueño de esa tienda el que le roba al cliente, al delito se le llama “accidente” o “mala práctica”. No son, por ende, días justos.

Son días en que a veces somos víctimas, pero otros victimarios. Clamamos igualdad, cambios y justicia, pero no siempre damos lo mismo que pedimos.
Tenemos demasiado pero creemos que nunca lo suficiente. Otros tienen menos que nada, pero se habían conformado pensando en que ya era mucho.

Así como pedimos, a nosotros también nos piden, pero tampoco estamos dispuestos a dar. Somos caritativos menos veces de las que pedimos lo que nos parece justo.

Son días en que nos quejamos del sistema. Y como nuestras demandas no son escuchadas, aparece la frustración. Y de ahí al rencor el tranco es en realidad un paso demasiado corto. Y por lo mismo son días en que no amamos tanto, porque gastamos más tiempo en odiar.

Son días en que protestamos por el otro y exigimos igualdad por el que es distinto, pero al final del día no nos juntamos con ellos. Preferimos estar con nuestros iguales y nos enojamos si alguien se atreve a calificarnos como diferente. Aceptamos a los gays, pero no queremos uno en nuestras familias.

Compadecemos al ignorante, pero que se cuide el que ose a ponernos en esa categoría. Criticamos al ambicioso, pero queremos tener lo que no podemos.

Aceptamos al indígena, pero no lo integramos. Y si lo hacemos, jamás lo ponemos a nuestra altura. Nos mostramos tolerantes, pero detestamos al que piensa distinto, cayendo en una contradicción tan común como absurda.

Son días en que nos preocupan nuestros jóvenes, pero olvidamos a nuestros viejos. Queremos nuevas generaciones más educadas e integradas, pero ni nos acordamos que las anteriores a ellas están abandonadas a su suerte, con pensiones de miseria e incluso con menos cariño que plata.

Son días en que nuestra naturaleza está herida de muerte, pero hacemos más por meter el dedo en su yaga que en curar lo que se pueda.

Nos aferramos a lo que podemos, pero ya ni eso. Porque queremos creer, pero incluso hasta en eso fallamos.

Son días en que hablamos sin conversar y oímos sin escuchar. Por eso pedimos, pero no nos atienden. Por eso nos piden, pero no damos nada.

Son días nublados. No sólo allá arriba. Debajo de ese cielo que nos mira sin entendernos, estamos nosotros. Y pedimos y esperamos. Pero no pasa nada. Y nos piden y esperan, pero tampoco. Por eso ese mismo cielo es el que, como no comprende, se ha vuelto incapaz de llorar.

Supongo que en algún punto del camino nos extraviamos. Por eso son días nublados. Porque si no sabemos para dónde vamos, cuando lleguemos vamos a estar perdidos.

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