Opinión

Columna de Juan Manuel Astorga: "Un país, dos miradas"

Hagamos el ejercicio de ver el medio vaso lleno en el caso de Brasil

Como un mal muy típico de la sociedad, se suele mirar mucho más el vaso medio vacío y casi nunca si está medio lleno. Se analizan las crisis pero se comentan muy poco los éxitos. Se hablan de las movilizaciones sociales, pero escasamente de los cambios que producen. Se desmenuzan las razones del porqué naciones como Grecia penden de un hilo, pero raramente del porqué otros países como Brasil están despegando. Hagamos entonces ese ejercicio.  

Meses antes de dejar su cargo, el entonces Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, dijo medio en broma pero parece que más en serio que “Dios es brasileño”. Su frase incomodó a muchos. No por una cuestión únicamente cristiana. Golpeó el ego de muchos países a los que esa declaración les pareció un exceso de soberbia.  Es probable que haya un poco de eso. Pero los motivos de orgullo para el saliente mandatario de Brasil están en vitrina y se exhiben como trofeos de un campeonato que Brasil está ganándole a muchas otras naciones en el continente. Brasil es la economía más grande de América Latina, se encuentra entre las 8 primeras del mundo, y con 193,7 millones de habitantes conforma casi la mitad de la población regional. Su Producto Interno Bruto creció 7,5% el 2010, después de una contracción del 0,2% en 2009 como consecuencia de una recesión mundial. Pocos países salieron de la crisis financiera global tan rápido y tan bien como lo hicieron ellos. Además, con un crecimiento medio del 4,8% entre 2002 y 2008, el país ha logrado combinar la expansión económica con el control de la inflación. Según el semanario británico The Economist, Brasil ascenderá a la quinta economía mundial, superando a Inglaterra y Francia. Es muy probable que lo consiga. Recientemente descubrió una de las reservas petroleras submarinas más grandes del mundo. Ese gigantesco proyecto de explotación y la organización del Mundial del 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016 en Río tiene a los inversores cada vez más optimistas respecto del futuro del gigante latinoamericano. Sumemos a eso que las compañías brasileñas invirtieron en 2008 más de $20 mil millones en el exterior, alrededor del 60% de la inversión extranjera directa de América latina. Además el “boom” de las materias primas le ha dado mucha liquidez para proyectarse más allá de sus fronteras. Es uno de los mayores productores mundiales de alimentos y tiene un enorme potencial para seguir expandiéndose. Es en la actualidad el mayor exportador mundial de jugo de naranja, azúcar, pollo, carne y café y el número 2 en soya. A comienzos de esta década producía 80 millones de toneladas de alimentos. Hoy llega a las 150 millones de toneladas.  El mundo observa a este país con especial atención porque tiene 50 millones de hectáreas de tierra cultivada, pero otras 300 millones más para ser utilizadas. No hay otra nación con ese potencial. Considerando las necesidades de alimentos para una creciente población mundial, a Brasil se le denomina hoy “el granero del mundo”. Como si fuera poco, Brasil tiene una creciente presencia diplomática en casi todas las cumbres internacionales y en el club de las nuevas grandes economías.  Luiz Inácio Lula da Silva le dejó a Dilma Rousseff, su sucesora, un Brasil más rico, más influyente y más activo. Pero también le heredará varios temas pendientes. Miremos ahora el vaso medio vacío. Ese protagonismo mundial ha generado tensiones con el Mercosur. Esos países reconocen que Brasil podría actuar como una especie de locomotora del crecimiento regional pero lo acusan de no querer hacerlo. Podría ser algo así como Alemania en la Unión Europea. Si Brasil no le ha puesto suficiente empeño en esa área se debe, entre muchos otros factores, a la resistencia interna para que asuma un compromiso de liderazgo más grande en la región. Brasil tiene sus propios problemas de exclusión social. Aún cuando las políticas sociales de Lula cambiaron la vida de millones de pobres, la brecha con los ricos sigue siendo muy marcada. Está en el “top 10” de la desigualdad en el mundo. En Sao Paulo habitan desde los empresarios más ricos del planeta, hasta familias que viven en favelas que sobreviven en pésimas condiciones de alimentación e higiene. Su tasa de interés es una de las más altas del mundo y ese crecimiento presiona al alza la inflación. Además, la carga fiscal representa el 36% del PIB del país, lo que la convierte en la más alta de América Latina. Brasil invierte muy poco, menos del 18% de su PIB. China llega al 43% y la India a 34%. Considerando que al gigante latinoamericano se le suele relacionar con estos dos países y con Rusia como un grupo de naciones en desarrollo que presentan grandes tasas de crecimiento económico y que tienen un potencial de futuro similar, ahí hay tarea pendiente. Harto se ha hecho, pero harto falta aún. El vaso medio lleno. El vaso medio vacío. Mirar las cosas desde las dos ópticas ayuda. Sirve para admirarse e imitar como ejemplo. Y sirve para aprender y saber qué cosas no se deben hacer. Una única mirada no basta. Las dos, vaya que ayudan a sacar lecciones. 

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