España es la demostración de cómo la planificación puede generar dividendos. No hubo improvisación. No se quedó en individualidades. No le confió todo al sector privado ni concentró todo en el manejo del estado. Políticas bien diseñadas y administradas funcionan si se entiende que la meta de corto plazo no sirve
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A veces hay que volar lejos para poder comprender lo que está pasando aquí mismo.
Julio 2010, España. El país vivía una fiesta. Había logrado coronarse campeón de fútbol en Sudáfrica. Ese festejo era el corolario de un esfuerzo histórico. Décadas para ganarse un lugar en el mundo del deporte.
Además de lograr su primera copa del Mundo, en 2010 ganó Wimbledon con Rafael Nadal. Los hispanos cuentan con una envidiable generación de tenistas -la armada española-. Tienen también otras conquistas. Es campeón del mundo en baloncesto, consiguió estar entre los mejores del atletismo, tiene logros en el golf, en waterpolo ha obtenido varios títulos mundiales; en nado sincronizado su selección obtuvo tremendos éxitos olímpicos, en motociclismo brilla como pocos y como si fuera poco cuenta con Fernando Alonso como uno de los emblemas en la Fórmula Uno.
Nada de esto es producto de la suerte. Es la perseverancia, planificación y buena administración de las inversiones lo que le ha dado un lugar destacado en el mundo de los deportes.
Todo partió en 1986, cuando a España le asignaron ser sede de tres grandes eventos para 1992: Madrid sería la capital cultural de Europa, Barcelona la sede de los juegos Olímpicos y Sevilla la tierra de la Exposición Universal, la misma a la que nosotros mandamos el famoso iceberg. A partir de entonces se generó un proceso de inversiones sin precedentes que no se limitó sólo a infraestructura deportiva o cultural sino que al desarrollo de las telecomunicaciones, el turismo y otras áreas.
Paralelamente se creó el programa ADO, Apoyo al Deporte Olímpico. Después de un arduo debate político, todos los sectores comprendieron que no habría desarrollo sin inversión. El estado hizo lo suyo y con la ayuda del sector privado, ADO comenzó en 1988 a coordinar la administración de los recursos. No sólo se fijaron metas en las federaciones, sino también en el deporte aficionado. Se construyeron sedes polideportivas. Concentraron esfuerzos en los jóvenes, facilitando su acceso a las instalaciones y capacitando a profesores. Los estudiantes podían practicar deporte a cualquier hora, de lunes a domingo, no sólo en las grandes ciudades, sino que también en pueblos pequeños. Estrellas como Nadal o Iniesta provienen de lugares tan dispares como Mallorca o Albacete. El esfuerzo rindió frutos. Hasta 1988 España había conquistado 27 medallas olímpicas. Entre 1992 y el 2008 ya sumaba otras 88.
España es la demostración de cómo la planificación puede generar dividendos. No hubo improvisación. No se quedó en individualidades. No le confió todo al sector privado ni concentró todo en el manejo del estado. Políticas bien diseñadas y administradas funcionan si se entiende que la meta de corto plazo no sirve. Y todo se pudo hacer porque sectores políticos antagónicos antepusieron a sus intereses y trabajaron juntos para conseguir un bien superior.
Lleven este mismo ejemplo a cualquier ámbito nuestra política local. Suena idílico, ¿cierto? Pues bien. He aquí una lección que no está de más mirar en detalle y ojalá con un poco de humildad.