Opinión

Columna de Juan Manuel Astorga: "La cueca en pelotas"

El movimiento estudiantil es acusado de haberse vuelto intransigente. Al Gobierno se le responsabiliza por hacer propuestas que resultan insuficientes y que no dan con el tono de los cambios que nuestro sistema educativo necesita. A la autoridad policial se le imputa ser represiva. A la oposición, de no ser constructiva y desentenderse de su propia responsabilidad tras 20 años en el Gobierno. Al Colegio de Profesores, de escudarse convenientemente en estas movilizaciones para esconder sus propias falencias. A los medios de comunicación, de dedicarle más tiempo a los desmanes que a las exigencias estudiantiles y las ofertas gubernamentales.

Todo lo anterior es cierto. Es tan obvio que ese cóctel ha llevado las cosas por un camino cuyo destino desconocemos pero nos huele peligroso.

Vamos por parte. Hace dos meses, Chile se sorprendía con la convicción, coordinación y perseverancia de un movimiento estudiantil organizado y potente, con voceros de discurso claro y con un respaldo inusitadamente masivo. Hoy, ese mismo movimiento se ha radicalizado y, aunque en su esencia mantiene el discurso, adornó con tantas otras demandas su listado original de peticiones que el sentido primario de su existencia ha quedado en entredicho. Las movilizaciones masivas por la Alameda dieron paso a desórdenes y desmanes que ninguno de sus líderes ha intentado contener. Sesenta días después de haber puesto en el tope de la agenda nacional sus reclamos, en lugar de haber aprendido, parecen ser más inexpertos que antes. Lograron que un cuestionado Joaquín Lavín dejara el Ministerio de Educación y que el Gobierno les hiciera tres propuestas diferentes. No han aceptado ninguna y ni siquiera han accedido a debatirlas. Peor aún, volvieron a marchar antes de dar a conocer su respuesta a la última proposición del Gobierno, la que finalmente rechazaron anoche. Es probable que puedan conseguir más, pero las formas para hacerlo están dañando el fondo.

Lo propio hace el Colegio de Profesores. Testarudo y casi sectario a la hora de rechazar las evaluaciones docentes, no asumen responsabilidad alguna en la mala calidad de la educación. Apoyan las movilizaciones sin aceptar que también son parte del problema. Su presidente, Jaime Gajardo, ha sacado dividendos inesperadamente altos en esta pasada. Nadie lo hubiese imaginado. No tiene autocrítica pero en cambio es capaz de hacer una asociación respecto del origen judío del Ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, y los métodos israelíes de represión policial en las calles. Además de torpe, xenófobo.

A propósito de los intentos por mantener el orden en las calles, el Gobierno y las policías han quedado también al debe. Además de las denuncias de abusos policiales que hoy se tramitan en tribunales, la autoridad ha quedado debilitada al haber prohibido una marcha hace dos semanas y luego dar pie atrás. Era obvio que ayer los jóvenes esperaban que ocurriera lo mismo. Proponer que se manifiesten en otro lugar de Santiago es no entender el simbolismo de caminar para expresar sus reclamos frente al Palacio de La Moneda y el Ministerio de Educación. Suena a despropósito llevarlos al Parque O’Higgins. No quieren protestarle a Fantasilandia. Tampoco reunirlos en el Estadio Nacional. No es esto un partido de fútbol ni un recital. Decir que “se acabó el tiempo de marchar” es no entender que el Gobierno no es el que maneja los tiempos.

La Concertación saca igual de mala nota porque mira el problema desde la vereda de enfrente como si en los 20 años de administraciones suyas el modelo de educación hubiese sido otro. Tan poca claridad tienen en el tema y tanta ausencia de liderazgo, que caen en situaciones que de infantiles pasan a la falta de respeto, como haberle pedido una reunión al Presidente de la República para abordar el tema y la cancelan 15 minutos antes. No han puesto ni una sola proposición seria arriba de la mesa en las últimas semanas y las que firmaron en el Parlamento hace varios meses duermen en el Congreso porque ellos mismos las echaron al olvido.

Dejamos para el final a la propia autoridad. Si hay algo que ha caracterizado al Gobierno en este conflicto es su evidente falta de convicción para solucionar el problema y, por sobre todo, ausencia de pericia política.

Quiere aparecer como dialogante, pero su improvisación le ha costado demasiado caro. Ha dicho que quiere construir consensos pero cada propuesta presentada aparece como la última y definitiva. Ya van tres y los estudiantes no han acogido ninguna. La más reciente oferta era vasta, pero no precisaba cuáles eran sus objetivos prioritarios. Trató de cubrir todos los frentes de la educación pero de forma general, lo que en política hace imposible orquestar las diversas visiones e intereses que hay en la materia. La Fundación Educación 2020 y otras han planteado que, primero, hay que definir el diagnóstico y luego cómo alcanzar los objetivos para corregir los problemas. Eso no ha ocurrido. El Gobierno ni siquiera ha dicho si está o no de acuerdo con el lucro.

Decir que se “garantizará constitucionalmente el derecho a una educación de calidad” suena bonito, pero no sirve si no hay una reforma robusta y con convicciones detrás. Esa misma constitución garantiza también “el derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación”. Díganle eso a los estudiantes de la escuela de La Greda.

Cuidemos las formas y vayamos de una buena vez al fondo. Todos. Y en esto se incluyen los medios de comunicación. Venden mucho los desmanes y las bombas lacrimógenas, pero no aporta si el contexto del por qué pasa lo que pasa en las calles no siempre está presente.

Está claro que las horas de movilizaciones valdrán más que las horas perdidas de clases. Servirán si algo bueno sale de todo esto. Hasta ahora, sólo es la cueca en pelotas.

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