Opinión

Columna de Juan Manuel Astorga: "El líder que no tenemos"

No hay que ser sociólogo para entender el fenómeno. Las manifestaciones, las marchas en las calles y los cacerolazos, no son sólo para exigir una mejor calidad en la educación. En lo formal aparecen como parte importante del descontento, pero esas expresiones públicas no se refieren únicamente al debate que la Confech instaló en la agenda. En el último año el país ha sido escenario de varias y masivas demostraciones de rechazo a políticas con las que ya no comulga. De concurrencias impensadamente multitudinarias, se generaron marchas a favor de los comuneros mapuches en huelga de hambre, en contra del aumento en el precio del gas en Magallanes, por la construcción de una termoeléctrica en Punta de Choros, rechazando la aprobación del proyecto HidroAysén, criticando la tardanza en la reconstrucción prometida luego del terremoto y en favor de la igualdad entre heterosexuales y gays.

Es más que razonable -de hecho resulta saludable para cualquier democracia- que sus ciudadanos expresen su opinión cuando disienten de políticas con las que no están de acuerdo. Esa misma opinión está permanentemente reflejada en encuestas públicas, en el sentir que recogen los medios de comunicación y en las redes sociales pero, ¿por qué ahora llegaron a la calle? Porque no se sienten escuchados. Y aún cuando la realidad pueda ser distinta y efectivamente se esté intentando atender sus demandas, la sensación del que protesta es esa, que no los están oyendo. La razón que explica esa disociación entre percepciones y realidad es que no se observan líderes que canalicen lo que la sociedad está pidiendo. Estamos ante la ausencia completa de liderazgos.

La responsabilidad del Presidente Sebastián Piñera en este punto es ineludible. Asumió el cargo sabiendo que debía construir mayorías políticas y hasta ahora no ha podido. En su defensa se puede esgrimir que distrajo parte de esa atención ocupándose, primero, de la instalación del primer gobierno de centroderecha en décadas, y luego, de varios fenómenos que golpearon este primer año y cionco meses de gobierno: las consecuencias del terremoto, la crisis de los mineros, la huelga indígena, el incendio en la cárcel de San Miguel y la erupción del cordón del Caulle. Es inusual que un mandatario deba hacerle frente a tal cúmulo de episodios en tan corto tiempo. Pero los problemas de liderazgo de Piñera no se deben sólo esa razón. En nada le han ayudado los partidos que lo acompañan. La UDI ha sido más opositora que contribuyente de su mandato y en Renovación Nacional, su presidente, Carlos Larraín, le ha generado más de un dolor de cabeza con sus dichos. No hay líderes al interior de la Alianza. Tanto Larraín como Juan Antonio Coloma, presidente de la UDI, no estaban de acuerdo con el proyecto en favor de la comunidad gay que Piñera presentó esta semana. Sin embargo, si no lograron convencerlo con sus argumentos, no es razón para no asistir a la ceremonia en la que se anunció la iniciativa. Esa actitud de político taimado no se condice con la de un líder que asume que perdió una batalla pero no la guerra.

La ausencia de líderes no es un fenómeno exclusivo de la Alianza. En la Concertación hace rato que los están buscan­do. Y no los encuentran. Ricardo Lagos perdió su sitial probablemente cuando no quiso participar del juego democrático de las primarias para elegir al candidato en las últimas elecciones. Hoy sus palabras no tienen el peso que le conocimos. Hace un par de meses se declaró partidario de HidroAysén y 24 horas más tarde se desdijo luego de ser criticado por su sector.

Tampoco ejerce liderazgo el ex Presidente Eduardo Frei. No se puede considerar líder a quien es capaz de dañar la imagen del país diciendo en una entrevista en Argentina que Chile vive una crisis de gobernabilidad. Nuestro país no enfrenta ese oscuro panorama que el senador describió. Las instituciones están funcionando, los poderes del Estado operan con normalidad, y lo mismo el Banco Central y las empresas públicas. Hay crisis, pero no de gobernabilidad sino de interpretación de lo que la sociedad quiere.

Michelle Bachelet es querida pero allá lejos, en Nueva York, no hay liderazgo que aguante.
La Iglesia también perdió a sus líderes. Ya no hay figuras como Alberto Hurtado o el Cardenal Silva Henríquez y hasta Felipe Berríos desapareció del mapa. Las acusaciones de pedofilia contra sacerdotes y la patética forma en que se ocultaron los casos le pasó la cuenta a una de las instituciones históricamente más respetadas del país.

Se nos fue Bielsa, no hay caudillos fácilmente reconocibles en el deporte y hasta Don Francisco, histórico líder de los medios, quedó magullado a causa de una acusación falsa pero que muchos creyeron.

A Chile le faltan líderes. Y la gente los está pidiendo para sentirse escuchados. Los exigen haciendo sonar sus cacerolas a la espera de ser oídos. El problema no es que no los escuchen, si no que no hay de dónde sacarlos. Por eso los ciudadanos ahora los están buscando en las calles.

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