Opinión

Columna de Copano: "El perro y la rueda"

La imagen es común: un perro de esquina persigue un auto. Parece un juego. Es una obsesión. Va hacia la rueda y ladra desaforado. Cuando se va sigue otra vez. Un nuevo auto y el rito de nuevo. Pero un día sucede lo inesperado: el auto para, la rueda se detiene ¿y el perro? El perro no sabe qué cresta hacer. Esa es la mejor síntesis del primer gobierno de la derecha en el siglo 21. El perro y la rueda. Quisieron gobernar, presionaron, hasta nos convencieron a varios de que no era tan mala idea, que no eran los de antes, que los otros necesitaban un descanso (más bien muchas veces parece que necesitan un entierro) y que había que detener esa mala onda para dejar el “resentimiento”, palabra que es tan de su forma de ver el mundo. Un mundo vertical donde hay unos que mandan y otros que acatan. Nos juraron que esa cosa de Pinochet era del pasado. Que traían una nueva forma de hacer las cosas. Que nos iba a hacer bien.

De algún modo tenían razón: nos ha hecho bien todo esto. Nos ha unido frente a la inmensidad de un error histórico y urgente de corregir: la desigualdad. Nos ha unificado en el discurso de superarla y nos hemos dejado de mirar el ombligo para observar por Youtube nuestra propia desgracia: las notas de Argentina, Estados Unidos y el mundo diciendo que en realidad nuestra fantasía de sociedad perfecta no era tal. Nos ha vuelto ciudadanos pidiendo votar y llenando las oficinas del Servel. Somos más grandes después de esta crisis, somos más libres, podemos hablar más. Se siente en la micro, en el Metro, en la gente. Las calles son de nosotros y se arman carnavales y festivales en pleno invierno porque ni el informe del tiempo nos puede ganar. Es cierto: son momentos de incertidumbre pero también historia.

¿Hay algo más lindo y grande que el infinito espacio de crear? Es nuestro derecho a ser jóvenes también en una sociedad que se olvidó de tenerlos. Los curas como Ezzati hablan de utopías imposibles cuando ellos creen en reinos en las nubes, los políticos como Matthei hablan de “daño al país” cuando ellos sí que lo han hecho en silencio aumentando las brechas, trabajando para los suyos y  manteniendo junto a sus adversarios los espacios para que ellos manejen los hilos.

Hablan de intransigencia. Hablan de ideología. Y los intransigentes e ideológicos son muchas veces los que han tenido el control. Yo no sé de dónde sacan que hay complot cuando controlan todo. Lo que pasa y que los tiene asustados (comprensible, nunca fue así) es que hay cierta sensación de nuevo orden, de cambio, de horizontalidad: tú me puedes escribir a mí como columnista, yo no te hablo ya de un púlpito encuadrado de una hoja que luego se lleva el viento. Esa es la verdadera revolución que vivimos frente a nuestros ojos.

Debemos disfrutarla por supuesto pero también ser responsables.

No podemos dejar que nuestros hermanos más chicos se mueran de hambre en una huelga, no podemos ser tan estúpidos y viejos mentales para crear mártires. No podemos caer en el jueguito de las víctimas mediales que les mienten todo el día: los diarios, la tele, la radio no van a cambiar si nosotros no creamos con Internet nuestras propias herramientas para transmitir. Y buscar nuestros propios lugares para que nos respeten.  El resto, sólo sería un saludo a la bandera cuando podemos inventar nuestras cosas, nuestro valores y nuestro mundo. Tampoco podemos caer en el juego de que todos se sumen a una causa tan justa como la estudiantil a pedir cosas que la cobardía escondió tantos años. Si queremos crecer ahí, debemos inventar una alternativa. Tenemos que dejar de ser cachorros y volvernos canes fuertes y sanos. Demócratas ante todo. Sin presión, sin violencia. Con más ideas. Con el mundo libre que tenemos en las venas para perseguir un auto y cuando encontremos la rueda no fallar. Saber qué hacer. Los de antes están cansados y las reglas se parecen mucho más a las de nosotros. Son más líquidas en la forma, más virtuales en la pantalla pero más concretas en el corazón.

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