Opinión

Columna de Bernardita Ruffinelli: "¿Eres virgen?"

¿Eres virgen? Tú crees que es una pregunta fácil, pero he descubierto que la verdad, es que no lo es tanto. Y no lo es, porque la definición de virginidad en nuestra sociedad no está dada por la Real Academia Española de la Lengua, si no por un sinnúmero de personas que han declarado por virginidad cosas distintas y que hoy me gustaría que comentáramos.

Para la RAE, ser virgen significa: “Persona que no ha tenido relaciones sexuales” y claro, aquí recién empieza el mambo; defíneme ahora “relaciones sexuales”.  

Te pregunto si eres virgen, no porque me interese si has tenido relaciones sexuales o no, es más, soy una entusiasta de este tipo de relaciones y me encantaría que el mundo tuviera más y mejores. Lo que me complica es la manera como cierta porción de nuestra sociedad las demoniza, banaliza y recrimina. Preferiría que las relaciones sexuales fueran menos importantes, más cotidianas, más parte de nuestra idiosincrasia, y que no fuera necesario recurrir a subterfugios pelotudos para mantenerlas con entusiasmo.

Ahora te preguntarás a qué subterfugios me refiero, y es que cuando me enteré de lo común que es que las adolescentes preocupadas por llegar vírgenes al matrimonio ofrezcan sexo oral o incluso anal a sus pololos para no perderlos por no dar “la pasá” y aún así poder casarse de blanco, ahí supe que estas pobres cabras no han aprendido nada, y lo que se les ha enseñado ha sido un fiasco conducente a callos en las paredes internas de la boca. Y cuando me enteré que en el último Congreso Argentino de Medicina Estética 2011 revelaron que dentro de las cinco cirugías más solicitadas entre las latinas está aquella en que les reconstruyen el himen, ¡para casarse en calidad de vírgenes! Me pregunté: ¿de qué cresta estamos hablando?

Y es que si tuviéramos menos tabúes con el sexo, menos restricciones innecesarias y más confianza en que es una instancia del ser humano que lo completa y fortalece, y que no necesariamente tiene que ver con el amor, probablemente no sería necesario inventarles a la jovencitas cuentos del viejo del saco que dicen que si se acuestan con el pololo les dará quizás qué enfermedad.

Prefiero decirle que la enfermedad está al acecho siempre y que si va a arriesgarse a tener sexo con su pololo sea de manera consciente y protegida. Nada peor que jovenzuelos con las hormonas revolucionadas en un minuto de calentura máxima y sin haber racionalizado el sexo previamente; ¡Bingo! Tenemos sexo casual y sin protección, lejos el peor escenario posible, sobre todo en una sociedad mayoritariamente cristiana que quiere impedir que estas jovencitas hablen de sexo o usen anticonceptivos, pero que después las juzga por ser madres adolescentes.

Y ¿qué es eso de que el pololo la vaya a dejar si no se acuesta con él?  Preferiría enfocarme en explicarle que ese hombre no es el que ella busca, en vez de permitir que lo mantenga a costa del resto de sus orificios. Porque lolita, si lo que usted cree es que sólo el sexo vaginal le quita su virginidad, déjeme contarle que ni su dios, ni la ciencia, creen lo mismo.

Ya lo decía el filósofo de cuneta Ricardo Arjona, “he tenido sexo mil veces, pero nunca he hecho el amor”; y permítame el exabrupto de creer que en ésta, y sólo en esta frase, el yeta ese, no estaba tan loco.

Y te pregunto una vez más ¿Eres virgen? Y la respuesta correcta debería ser: “Define virginidad”.

Y te pregunto una vez más ¿Eres virgen? Y la respuesta correcta debería ser: “De dónde”.

Y te pregunto una vez más ¿Eres virgen? Y la respuesta correcta debería ser: “Partí a devolver el vestido blanco”.

Y te pregunto una vez más ¿Eres virgen? Y la respuesta correcta debería ser: “¿Y a ti qué te importa?”.

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