Opinión

Columna de Juan Manuel Astorga: "Hablemos claro"

Cansados. Tristes. Exaltados. Con rabia. Frustrados.

Así llegamos al 18. Con esa mezcla de sentimientos. Con la emocionalidad brotándonos por los poros y con una incapacidad evidente de poder disimularla. Venimos de dos semanas de llanto. Llegamos hasta aquí después de meses de movilizaciones. Enfrentamos las fiestas patrias en un año donde el alto crecimiento y el bajo desempleo no mejoran el ánimo ni motivan la esperanza. Eso que algunos llaman la bipolaridad nacional no es otra cosa que un compatriota sintiendo que vive en dos Chile muy distintos y distantes: el de las oportunidades y ganancias para unos, y el del permanente sacrificio y poca recompensa para otros. El de un Chile que se une para llorar una tragedia, pero que se divide cuando pasa la pena. El de una nación que reparte entre todos la tristeza que provoca la pérdida pero no comparte la felicidad que genera la ganancia. La congoja es nacional cuando hay escasez pero la alegría discrimina cuando existe abundancia.

No está costando entendernos. Los políticos de lado y lado se llevan nota en rojo en todas las encuestas porque no sintonizan con las demandas de los electores. Los desencantados encuentran en ese argumento la razón precisa para no inscribirse.

Cada movimiento es la expresión de su tiempo. Y hoy el tiempo es de esos desilusionados. Pero mientras en las calles la gente pide cambios y habla claro, las clases dirigentes parecieran esmerarse en rebuscar su mensaje. En lugar de aclarar, oscurecen el panorama con sus discursos. Una ineptitud disfrazada elegantemente para decirnos de forma intrincada lo que necesita de palabras directas. Es como cuando a los hoyos en las calles los denominaron “eventos”. Ese lenguaje enrevesado es el mismo que, sin ir más lejos, utilizan ahora las multitiendas cuando te meten en un crédito vistiéndolo de “avance en efectivo”. Vivimos en un país donde quienes les pagan a las nanas sueldos de vergüenza, las llaman “asesoras del hogar” y a los vendedores, en lugar de aumentarles las comisiones, les suben el pelo denominándolos “ejecutivos de venta”. Los políticos no mienten sino que “faltan a la verdad”. A los sin casa los denominan “personas en situación de calle” y a los ricos sale más distinguido definirlos como “ABC1”. Así se ha vuelto la cosa. El escándalo de La Polar fue un “accidente” y ahora ya no te despiden sino que te “desvinculan” del trabajo. Tan absurdo es ese lenguaje que ya no nos venden autos usados sino “semi-nuevos” y para ofrecer yogures laxantes es mejor decir “tránsito lento” que personas estíticas. Sí. Tal cual.

Los chilenos están pidiendo claridad. Quieren honestidad en el mensaje y sinceridad en las promesas. Como nada de eso llega, no hay que sorprenderse ante el desencanto. El que se queja lo hace porque, en el fondo, descubrió que el que está arriba no lo representa. No cuesta mucho explicarse cómo surgió entonces la actual alianza social de desengañados y hastiados. Son chilenos que tienen las mismas aspiraciones de nuestros dirigentes pero oportunidades diametralmente opuestas.

La Concertación debate por estos días distintas fórmulas para subirse a ese carro. El conglomerado opositor parece no entender (o no asumir) que es la expresión de un tiempo pasado y que hoy los desencantados los ubican incluso más abajo que al propio Gobierno.

Ellos, los desairados y chasqueados, generarán sus propios liderazgos. Y probablemente no surgirán de los movimientos tradicionales.

Chile experimenta una transformación donde el incremento de las cifras macroeconómicas no sirve de nada si no se refleja igualitariamente en el día a día de todos. El proceso de cambio de nuestro país es como pasar de la adolescencia a la adultez: implica crecimiento pero también desarrollo. Chile crece, pero muchos sienten que no se desarrolla.

En este 18 haremos un aro, pero después del zapateo en las fondas, volveremos a sentirnos cansados, tristes, exaltados, con rabia y frustrados. 

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