Opinión

Columna de Copano: "70.000"

El tema más políticamente incorrecto en Fiestas Patrias no es la cantidad de muertos por los excesos de alcohol, cuestión que por supuesto arruina cualquier evento cuyo principal objetivo es in­toxicarse de grasas y tomar hasta borrarse. Tampoco es la estupidez justificada por testarudos sin cerebro del hilo curado. Menos (por desgracia) es el juicio al maltrato animal en los ro­deos. No señor. El tema más difícil de tratar en Septiembre es el juicio sobre ser chilenos. Lo que eso representa y lo incómodo que es a veces lidiar con los clásicos valores negativos que tenemos: desde el chaqueteo hasta esa competencia imbécil e imparable de a quien miramos hacia arriba o si nosotros observamos abajo y maltratamos como patrones de fundo a los que están dispuestos a vivir en nuestras tierras, a regañadientes, maldiciendonos en los campos. Odiando por generación y generación.

Es terrible. Es lo que nunca le recomendaría a mis hijos que hicieran. Nunca jodan con Chile y todas sus injusticias en Fiestas Patrias: siempre el ejercito de zombies unineuronal que ha sido culturalmente secuestrado por ideas más similares a la de una promo de cerveza en el mundial que a la educación les lanzarán piedras sin saber porque lo hacen. Con su fe en que hay un piso que les pertenece, pero en cualquier momento pue­de ser propiedad privada y tendrán que defenderlo con el traje de guardias. Es el momento de guardarse los debates, es un llamado a la uni­dad siempre enfrascado en la trampa de perder el humor. La prue­ba es fehaciente: salen los conservadores como locos en sus guaridas cuando uno bromea en algún lado (desde una red social a un bar) con la Parada Militar, que provoca el mismo efecto de morir en Chile: pasar a ser santos. Nada de Gordon y el año nefasto de fuerzas especiales. Feo comentar el cacerolazo. Feo siempre porque es mejor taparse los ojos. Esconderse de la realidad, para abrazarse como niños fermentando de por medio.

70.000 escolares pierden el año, repiten como mantra en la derecha. El alcalde, el ministro. Lo hacen chatos, aburridos de esta rebelión imparable. Lo hacen captando que al final todos tienen en la cabeza un pequeño dictadorcillo que le molesta el desorden. Que al final quiere que las hojas no se muevan sin que lo sepa. Ese pequeño monstruo que nos hace arruinar con una pachotada toda instancia. Ese lado feo que tenemos los chilenos que al final entre el cambio y el deseo de hablar las cosas por su nombre logra aliarse con la construcción de realidad de las autoridades y generar que de pronto en tu mente se aparezca un gran cartel de PARE.

70.000 chicos perdieron. Lo dicen sonrientes. Y comprueban por qué nues­tra patria esta soberanamente jodida, por que la lucha que dan es por el dialogo y porque se entienda lo justo que es un Chile con más oportunidades. Leí un twitteo que decía “no se sorprendan si la revolución estudiantil fracasa y aumentan los índices de alcoholismo” y no sé pero hoy siento más que nunca que tienen razón. Que aquí las cosas no cambian. Que al fi­nal las esperanzas siempre son tragadas por esa masa silenciosa, ordena­da, que exige que la sigan pisoteando. Que le gusta el daño. Que piensa que los otros son porros. Que son flojos, que son tontos por que no son como sus hi­jos, que son tan iguales a los otros pero muchas veces con más miedo, con más casa, con otro contexto. Y los ven como extraterres­tres: “como los malos y desordenados” y así van a ir sosteniendo el discur­so. Y van a ganar de nuevo, por que este país triste y solo, como una ramada en día 21 no aguan­ta. Y no me vengan a pedir ser patriota. Esta patria nos la han quitado cien veces de las manos. Lo bueno es que muchos, yo sé, tienen imagina­ción dentro y podrán crear una vez más, otro país, dentro de esta angosta faja de tierra, para visitar, creer y votar. Ese es el desafío ahora. La república de nosotros, no de esta gente que quiere siempre sacarnos a patadas de su mesa.

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