Opinión

Columna de Bernardita Ruffinelli: "Cásate y divórciate cuantas veces sea necesario"

Según datos del Registro Civil, cada 100 parejas que se casan, hay otras 92 que inician trámites de divorcio. Una cifra que puede interpretarse de muchas formas, y que en lo personal interpreto de la siguiente manera: el aumento de tasa de divorcios en Chile no implica crisis moral, sino más bien un incremento en la gente que se da una nueva oportunidad para ser feliz.

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Soy una convencida de que el matrimonio no está obsoleto, y también una convencida de que el “para toda la vida”, y esa obligatoriedad del “para toda la vida”, es lo que hace que la gente no se atreva a intentarlo siquiera, la premisa debiera ser: “Satisfacción garantizada o le devolvemos su libertad”.

Después de dos concubinatos exitosos que terminaron en catástrofe, no le tengo miedo al matrimonio, mientras exista el divorcio. ¿Quién dijo que no hablo de amor? Seamos serios, el amor también tiene fecha de vencimiento. ¿Y mientras lo encuentras? ¿No tienes derecho a equivocarte?

El matrimonio es un acto de fe, un salto al vacío. Eso tiene lo suyo, su componente kamikaze, casi patológico  y suicida, eso de sentir que hoy esa persona es la indicada, la elegida, la predestinada y toda esa mamonería del día de los enamorados, y es fabuloso y todos queremos un poco de eso, todos queremos que alguien sienta eso por nosotros, sentirlo nosotros, es medio adictivo incluso. Pero no es más que eso.

Prefiero pensar en que estoy con alguien porque quiero cada día, y no porque una firma me obliga, nadie se casa queriendo divorciarse, eso sería simplemente de huevones. Es un acto ciego de confianza en el otro que nos encanta. Pero si no resulta, creo que debiéramos tener la libertad para irnos sin que eso signifique un rollo, un trámite interminable, un tortuoso pasaje de la existencia y de pasadita un desembolso de plata injustificable.

Y es que las relaciones de pareja no pueden ser apostolados, tu pareja no puede ser tu cruz, eso es muerte en vida y yo no estoy para los zombies, prefiero a los resucitados.

Creo en el matrimonio como un acto de amor al otro, pero también creo en el divorcio como un acto de amor propio. El matrimonio debería ser un contrato renovable. Y claro, es que pedirle a alguien que sepa lo que quiere para el resto de su vida me parece una mariconada. Y saldrán quienes me digan que han visto parejas durar toda la vida y ser felices, y yo les digo: ¡maravilloso! El problema es que no todos corremos la misma suerte. Si todo aquello que algún día te hizo enamorarte de mí, hoy es lo que odias, entonces debieras poder tomar tus cosas y partir. Es que la libertad, hasta donde entiendo, es un derecho humano, y quien al tener pareja pierde su libertad, es porque aún no ha encontrado a la persona correcta.

No creo que quienes se casan, divorcian y vuelven a casar, sean los que creen en el matrimonio como una institución desechable, si no más bien creo que son unos valientes que han decidido encontrar la verdadera felicidad sin importar cuántas veces estén equivocados, han decidido dar el salto al vacío las veces que sea necesario, están conscientes de que sus vidas valen más que un contrato y que la sustancia humana está ahí para reinventarla cada
vez que sea preciso hacerlo.

¿Y qué hay de los hijos? Supongo que las personas se crían más sanas cuando ven a sus padres felices y realizados por separado, que cuando los ven tristes, frustrados y durmiendo en la misma cama. Renovar el contrato cada cierto tiempo me parece una iniciativa que aboga por la salud mental y afectiva de los chilenos. Aquellos destinados a amarse para toda la vida, renovarán eternamente su compromiso, y aquellos que hemos tenido la mala “cue’a” de no haber encontrado el amor eterno aún, podremos tener la esperanza de encontrarlo algún día y no quedarnos con la idea de que no lo intentamos. Porque estoy dispuesta a intentarlo las veces que sea necesario, supongo que de tanto guatazo, algún día me tendrá que salir el piquero, ¿o no?

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