Opinión

Columna de Bernardita Ruffinelli: " Ser o no ser una suelta, es la pregunta"

¿Cuántas parejas sexuales puede sumar una mujer a sus treintas sin ser considerada “una suelta”? Fuerte la pregunta, pero más fuertes aún fueron las respuestas que recibí. Según la Organización Mundial de la Salud, se considera como promiscua a la persona que tiene más de dos parejas sexuales en un período de seis meses. Hagamos el ejercicio de pensar en una mujer promedio, ni muy linda ni muy fea, ni muy simpática ni muy pesada, que comienza su vida sexual a los 18 años y se suscribe dentro de los parámetros de la OMS: a los 30 años podría contar hasta con unas 48 parejas sexuales distintas y sin ser considerada promiscua por la entidad sanitaria mundial.

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Ahora, lo que opina el ciudadano de a pie, que comenta con carita de asco la vida sexual de la vecina, es totalmente diferente.

Si nos salimos de ese ejercicio básico, y pensamos en una mujer que en sus inicios de la actividad sexual fue más lenta, más tímida o más recatada, pero que a medida que creció se le fueron soltando las trenzas, quizás el número 48 se mantenga, pero en un tiempo más acotado; por lo tanto tiene la misma cantidad de parejas sexuales, pero distribuidas en un menor espacio temporal. ¿Eso la hace más casquivana? Según las respuestas que recibí a mi encuesta, definitivamente sí.

Y más sorprendente aún, al menos para mí, fue la necesidad imperativa de silencio. Muchos me decían “no importa cuantas parejas sexuales haya tenido, mientras nadie se entere”, “que tenga las que quiera, pero que sea piola”, entonces entendí que es más importante parecer que ser. Que a nadie le importa tu vida sexual mientras no se note, mientras no se enteren, mientras sea estrictamente privada. Y eso nos da cuenta de una sociedad que se las viene a dar de evolucionada, que se cree grande y desarrollada, pero que finalmente no es más que un reservorio de conservadores travestidos de liberales.

Sólo unos pocos respondieron a mi pregunta con un potente “¿y a quién podría importarle el número de parejas que ha tenido una mujer?”, y a esos les saco el sombrero, porque la verdad es que estoy convencida de que a nadie debiera importarle. A mí, al menos, no me importa el número, me importan sí un poco más, las razones.

Aquella que ha tenido 50 parejas sexuales en su vida porque es candente y le gusta el sexo, bienvenida sea. Pero aquella que ha tenido sólo tres parejas sexuales pero cuyo fin ha sido obtener no placer, si no beneficios de algún tipo, como status, pega, reconocimiento público, o lo que sea, esa mujer me parece harto más maraca que la que anda con el Hipoglós en la cartera. Y no me refiero a las prostitutas, ellas simplemente hacen su pega y cobran sus merecidos honorarios. Me refiero a esas otras, que usando sombra celeste en los ojos cambian sexo por pantalla, esas son “the real sueltas”, o las que cambian sexo por oficina y cargo nuevo, o sexo por auto del año, o sexo por vivir en una casa grande situada una comuna más arriba, más cerquita de la cordillera… insisto, para mí es cuestión del fin y no del medio. Quisiera redefinir con vuestro apoyo, el concepto de maraca, ya no subyugado al número de parejas sexuales, si no, a los motivos del coito.

Además, siempre he sido partidaria de la filosofía que dice que la práctica hace al maestro, y que los mejores médicos cirujanos son aquellos que han pasado por la sala de urgencias, donde te toca de todo, y debes aprender a manejar una variedad inmensa de técnicas y soluciones distintas para enfrentar un abanico tremendo de pacientes y complicaciones. A la hora del sexo, no es distinto.

Y claro, entendamos también que en una sociedad como la chilena, dominada por los cánones morales judeo cristianos, donde nuestro Presidente invoca a Dios en cada uno de sus discursos y sus ministros le ponen nombres de santos a cada operación de rescate, supongo que no es un escenario ideal para ir pregonando que el sexo no tiene por qué ser exclusivamente reproductivo y que sirve mucho como actividad recreativa, lúdica, liberadora y desestresante. Pero para qué vamos a decir eso en público, mejor lo pensamos para callado, cerramos la puerta con llave, compramos una caja de condones, y tiramos en silencio. Y ojalá que la vecina no se entere.

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