Opinión

Columna de Copano: "Pobres contra pobres"

No me gusta la cultura de los brutos. Soy un enemigo de la idea de pegar primero es pegar dos veces. No soy partidario de ninguna clase de anarquía. Creo en la democracia, y en la capacidad de tener los cojones de arreglarla, aunque deje en el camino gente molesta y mal acostumbrada a vivir de la ignorancia del otro.

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Es por eso que durante las últimas semanas estoy inquieto. Sé que no soy el único. Tengo la impresión que se ha ido instaurando una cultura de la violencia. Un rito de pisoteo entre todos que no es para nada sano.

La escena del Día de la Música es decidora: Guachupe no es una banda de millonarios y explotadores. No suenan en todos lados, son un secreto a voces. Ellos cierran el show y una turba comienza el desastre: les intentan robar instrumentos, queman los baños químicos, intentar agredir al equipo de Radio Uno dedicado a mostrar la música nacional.

I ncomprensible. Es todo lo contrario a enojarse por el fin de la obligatoriedad en ciertos  cursos de las horas de música. Es contribuir con la barbarie. Con la injusticia.

Esa misma noche la televisión muestra un nuevo episodio de “Perla”, ese tour safari por la pobreza. La televisión jamás escucha causas, más bien siempre dedica su mirada al personaje. No sabemos si esa niña o sus amigos pasan frío. Sólo nos divierten y nos sorprenden. En Twitter a Perla la matan: la descalifican por ser mujer, por ser gitana, no les gusta su barrio. La etiquetan de flaite. A ella y su entorno. Eso les da a muchos una  irreal sensación de poder. “No ser flaite es como no ser animal”. La deshumanización genera que el grupo de los no validados tenga sus propios códigos. Levanten la muralla al marginarse de nosotros luego de no invitarlos a conocernos. Y obviamente llega un momento en que les importamos un carajo. Y esa clase media, educada en colegios subvencionados tan malos como los municipales creen que son mejores y no es verdad. Al final ser de clase media en Chile sólo te da dos salidas, citando a una amiga: o te crían zángano y consumista o ambicioso y arribista.

El punto es que “dándole al débil” o criticándolo con una preocupación monumental sólo te equivocas de enemigo. Le vas a cobrar al que no te gusta cómo se viste o las zapatillas que usa, pero ese tipo jamás va a decidir un tema de impuestos. Nunca tomara una decisión clave para ti. Simplemente sólo te va a molestar en la micro escuchando fuerte música o quizás intente sacarte algo material, lo cual entiendo que te dé rabia. Pero es sólo otro objeto, en la calle la gente está furiosa y no nos estamos dando cuenta.

La mañana del lunes en las afueras del Estadio Nacional llega otra locura: gente rodeada de policías PELEÁNDOSE POR UN TICKET PARA EL CIERRE DE UNA ACTIVIDAD SOLIDARIA. Lo pongo en mayúsculas para resaltar la imbecilidad potente del hecho.

¿Quién es el culpable de todo esto?

Todos. Todos somos cómplices de algún modo. Yo, tú. Tenemos que reparar esto y replantear esta sociedad. Sacar el egoísmo. Dejar de no reconocer al otro. Levantarse e intentar buscar con creces, con el aporte que sea, que este país tenga un sistema democrático como la gente y no esta mentira donde tú y yo somos pobres peleando contra otros pobres. Porque al final, alguien se lleva nuestro pedazo de torta de forma fea y tramposa.

Creo que el plan de hacer que exista un “voto voluntario y una inscripción automática” es alimentar el creciente flagelo de nuestro país: que los excluidos se sientan así e inventen una nación de fantasía paralela para validarse. Tiene que ser obligatorio. Lo peor de eso es que al final, entre los wachiturros, las perlas, los colegios donde queman las salas hay una hoguera que lanza humo y nos ciega. Nos hace creer que los otros, los que no vemos, los que se visten distinto no son humanos como nosotros. Eso es lo que me da rabia de los 18 y la bandera. Sólo es retórica. ¿Unidad? Las pelotas.

Es por eso que es urgente cambiar los mensajes. No hay que seguir entregando soluciones: hay que trabajarlas con la gente. No hay que continuar con el legado del clasismo, del racismo y la xenofobia que ese país de pocos fomenta.

Hay que volver a los que se sienten fuera parte de los nuestros. Hay que sacarlos de la rabia y darles una esperanza desde lo que tengamos a mano. Que no quede en palabras: que salga de nuestro bolsillo, de nuestra inquietud. Fomentemos campañas de lectura, vamos a leer con ellos. No sigamos en eso de “vivir con ellos” la pobreza, porque ya sabemos que es una mierda. Ahora regalémosle la posibilidad de que tengan una vida extensa y puedan hacerse las preguntas que los empujen a una solución. Es tiempo de trabajar, aunque sea un rato al día, en devolverle a la sociedad algo antes que esa sociedad nos deje a nosotros de lado y este sea un país quebrado no políticamente, como a tantos aprovechadores le interesa que pensemos lo mismo y engañarnos, si no socialmente.

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