Opinión

Columna de cine de René Naranjo: Scorsese, como reloj; Spielberg, ni al trote

Hugo

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Dir: Martin Scorsese
Con: Ben Kingsley, Sacha Baron Cohen.
Estados Unidos, 2011.

Es sencillo saber por qué Martin Scorsese quiso llevar a la pantalla la novela gráfica ‘La invención de Hugo Cabret’. Cineasta de raíz callejera convertido en gran preservador de la memoria del cine, vio en este libro una síntesis apasionante entre dos conceptos casi opuestos: el rescate de un genio de los orígenes del cine (el francés Georges Méliés) y el ocaso del mismo cinematógrafo, fundado en ese París de 1895 y convertido en colosal factoría de sueños en el siglo XX.

A partir de la historia de un niño huérfano, Hugo (Asa Butterfield), que vive oculto en una estación de trenes y parece sacado de novela de Dickens, el di­rector de ‘Taxi driver’ despliega un relato lleno de afecto y admiración por la ilusión cinematográfica y por la forma humana de crearla (desde la cámara a manivela hasta los efectos especiales hechos a mano). Hugo sabe de relojería (que en su mecanismo se asemeja al cine tradicional) y conoce al juguetero Mé­liés (un sensacional Ben Kingsley) mientras intenta reparar un autómata que heredó de su padre. Este argumento, que en manos de un cineasta menos capaz hubiera sido pura ñoñería, bajo la mirada de Scorsese alcanza emoción y profundidad, porque conlleva la conciencia de estar hablando también so­bre un arte magnífico que llega a su fin, desplazado por la tecnología digital y las urgencias comerciales.

“Hugo” es melancólica porque es una despedida al cine en 35mm que Scorsese hace patente desde el momento en que filma en 3D y pone a brillar to­dos los recursos de la imagen computarizada, y un saludo a una humanidad que se aleja, y de la cual Méliés -cineasta pionero caído en el olvido- es la encarnación perfecta. Película fascinante y secretamente sombría, ‘Hugo’ es la celebración del cine tal cual lo conocimos, y, al mismo tiempo, su certificado de defunción.

Caballo de Guerra

Dir: Steven Spielberg
Con: Jeremy Irvine.
Estados Unidos, 2011.

A Steven Spielberg le llama la atención la guerra. En ese contexto realizó uno de sus mejores filmes, “La lista de Schindler”, uno de los de mayor impacto, “Rescatando al soldado Ryan”, y también éste, que habrá que contar entre los más olvidables. 

Situada en la Europa de la Primera Guerra Mundial, “Caballo de guerra” es un melodrama que expone el cariño inquebrantable entre un joven inglés (Jeremy Irvine) y su corcel Joey, y que se ‘inspira’ en el cine del maestro John Ford con una elaborada fotografía estilo años 50 (nominada al Oscar).

Con su habitual falta de matices (para Spielberg los seres humanos son sólo malos o clementes), un retrato estetizante de la barbarie bélica y su predecible manejo narrativo, donde en cada escena al protagonista le surge un antagonista, la película es un festival de la emoción manipulada.

La única verdad la aportan los briosos galopes de los caballos.

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