En esta columna pretendo hacer un breve paralelo entre lo que significa el rating para los directores de TV (y los contenidos programáticos) y lo que significan los comentarios en las redes sociales para los columnistas (y sus columnas). ¿El objetivo?. Poner sobre la mesa la discusión de cuánto debemos guiarnos y fiarnos de cada uno de ellos.
¿Quién de nosotros no ha escuchado alguna vez hablar del famoso “people meter”?, ¿O del “rating on line” de un programa de TV? Estos dos conceptos, incorporados en la realidad de la televisión nacional en los años 90, le permitieron a cada señal tener un pulso meridianamente creíble respecto del éxito o fracaso de un programa. El famoso rating, conocido minuto a minuto, permitió a los directores adecuar los contenidos programáticos casi on line para que éstos fueran del gusto de los televidentes. Así, programas que parecían ser “grandes ideas” morían luego de un par de emisiones puesto que el famoso rating informaba que el público no los elegía. Otros en cambio, eran potenciados producto del apoyo del respetable. Rostros eran eliminados y otros llevados directo a la gloria, también producto del famoso rating.
Muchas veces hemos escuchado a nuestros queridos animadores diciendo frases como “todo por el rating” (junto con hacer soberanos ridículos). El punto es que, desde mi perspectiva, esta frase es tan real que los directores han adecuado tanto los contenidos a los altos ratings que hemos terminado viendo una parrilla programática plagada de farándula, noticias de crónica roja, telenovelas, etc. Y los programas culturales o las noticias internacionales han comenzado a brillar por su ausencia pues gozan de menos sintonía (tal vez los televidentes los encuentran más aburridos). La pregunta que surge sobre este punto: ¿es correcto que la televisión responda casi únicamente al rating? Creo que la respuesta debiera ser no. El desafío debiera ser lograr calibrar una parrilla programática mezclada, en donde haya entretención pero también cultura e información. Y si el rating es tan relevante para el negocio, entonces la meta debiera ser lograr contenidos o formatos culturales y educativos que cautiven a la audiencia. Alguien podría pensar ¿y quién dijo que un objetivo de la TV debiera ser entregar un poco de cultura y educación? Nuevamente desde mi perspectiva, cuando tenemos un medio de comunicación con una penetración de casi un 100% (casi el 100% de las personas tienen acceso y ven TV), me parece que la responsabilidad social de cualquier empresa (o canal) implica apoyo a la culturización y educación de la sociedad.
Por otra parte, hoy pareciera existir un “rating online” nuevo: las redes sociales. Y no aplica sólo a la TV, sino a absolutamente todo lo que salga de alguna manera a la luz pública: programas, personajes, leyes, letreros publicitarios, noticias, y por supuesto, columnas de opinión. Este fenómeno, desde mi punto de vista, adolece de una diferencia respecto del rating online televisivo: la muestra sí, porque se supone que el rating televisivo es medido mediante una muestra aleatoria de maquinitas puestas en casas de chilenos (people meter). En cambio, el rating de las redes sociales no cuenta con una muestra aleatoria de chilenos opinando, sino que todo el mundo que quiera puede hacerlo. Pero, quién es “todo el mundo que quiere” es la pregunta que se haría un estadístico. ¿Será una muestra aleatoria? Mi opinión es que no, pues tengo la sensación de que los cibernautas opinantes tienen un perfil más bien definido y no necesariamente representativo de la población.
Con los antecedentes anteriores, entro en el área chica y planteo directamente mi hipótesis: el “rating online”, entregado por las redes sociales a través de los miles de comentarios acerca de un tema, podría moderar (o censurar) las columnas de opinión. Porque pareciera ser que los columnistas también quieren la aprobación de su público y gozar de altos ratings, entonces evitarán las columnas con temas o posiciones demasiado controversiales o carentes de una masa interesante de lectores . Y los que se arriesguen, serán aquellos que cuenten con un capital personal que les permita hace frente a las criticas sin ser despedidos del medio que los contrató! (estoy exagerando la situación).
Tal vez estoy equivocada, pero por lo que he visto en mi corta carrera de columnista escribir algo que no es “políticamente correcto” conlleva el riesgo de ser criticada y casi lapidada en las redes sociales. Y eso no sería malo si se hace con respeto por la opinión y el trabajo ajeno, pero generalmente las opiniones carecen de éste. Es más, adjetivos como “estúpido”, “tonto” e “imbécil” es lo más suave que puede leerse tras un polémico escrito. Pareciera que si el columnista tiene una opinión distinta a la de quien lee, este último está en su derecho legítimo de insultarlo. Y quienes tal vez pueden tener una opinión con más sustento o hasta a favor de ese pobre columnista lapidado, no se pronunciará.
Las redes sociales son excelentes para expresar opiniones y medir percepciones de diversos temas, pero sería fantástico si estas opiniones realmente reflejaran a la población y no sólo a un perfil de ciudadanos cibernautas. Y por supuesto, si estas opiniones fueran expresadas con respeto y argumento. De lo contrario, creo que corremos el riesgo de que junto con endiosar a estas fuentes de información, estemos sesgando o coartando los contenidos y la libre opinión, que para mi gusto, son la base de la tolerancia, la cultura y la diversidad.