¿Cuántas veces nos sentamos a jugar videojuegos y perdemos la noción del tiempo? ¿Cuántos momentos para compartir con los amigos nos hemos perdido por estar ensimismados terminando la última etapa de nuestro juego favorito? ¿Qué nos hemos perdido de nuestras vidas por estar jugando? ¿Cuándo los videojuegos absorben parte de nuestra realidad?
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Taipei, Taiwán. Chen Jung-yu, joven de 23 años juega en un cibercafé. Callado y silencioso permanece por más de 10 horas sentado frente al computador jugando “World of Warcraft”. Al pasar las 23 horas que había pagado para permanecer en el ciber, el dueño del lugar se acerca para avisarle al joven que el tiempo ya había acabado. Es en ese momento, donde se da cuenta que Chen no daba indicio de reacción alguna, con su cabeza pegada al teclado Chen ya no se movía; el joven había muerto.
Lo anterior es uno de los tantos casos extremos que han ocurrido este último tiempo, no sólo son casos de jóvenes que pierden conciencia de la realidad por una adicción al mantenerse conectado, sino que es tal la obsesión que sus conductas se ven influenciadas al jugar ciertos tipo de videojuegos (recordemos el caso del joven que mató a sus compañeros de curso). Países ya han tomado ciertas medidas para poder contrarrestar este tipo de situaciones: es el caso del estado de Oklahoma, en EEUU, que a partir de primero de julio aumentará un 1% al impuesto de videojuegos de carácter violento.
No soy quién para decirle qué es lo correcto o incorrecto o cómo deben manejar sus vidas, lo que sí puedo decirles es que todo tiene un límite. Jugar es divertido, más si se hace en compañía. Pero son sólo eso, juegos. Un hobby, que por más que nos interese no puede dejar de lado la salud, la familia ni nuestras responsabilidades. Lo importante es darnos cuenta cuando estamos traspasando ese límite, qué es lo que debemos hacer y qué debemos cambiar. No hay que dejar que lo ficticio afecte la realidad.