Opinión

Columna de Juan Manuel Astorga: "Haciendo camino al andar"

De vuelta a la cruda realidad, después de semanas de descanso para moros y cristianos, ya no hay excusa ni escapatoria posible. Se nos apareció marzo y el año comienza tal cual terminó el anterior, con movilizaciones sociales y una ciudadanía que pide un nuevo trato. Exige igualdad de oportunidades, equilibrio entre el que más y el que menos tiene, mayor representatividad, liderazgos reales que sean compatibles con los nuevos tiempos y, por sobre todo, un cambio de modelo porque el actual nos ha quedado chico. Aysén es el más reciente ejemplo de que ni las vacaciones dan tregua a una agenda que está obligada a incluir un debate profundo sobre qué tipo de nueva sociedad construiremos de ahora en adelante.

Todos tenemos una vela en el entierro del actual sistema. Nuestro modelo económico funciona, pero está haciendo agua. El mercado abierto como mecanismo de crecimiento, tuvo años de gloria pero también tiempos menos alegres. Facilitar el acceso al crédito abrió enormes puertas para que todos pudiesen acceder a bienes y servicios a los que antes sólo se aspiraba después de años de ahorro. Bienes de primera necesidad como un refrigerador o una cama no podían esperar. Un sistema que ayudó a la integración social pero que ha terminado en muchos casos volviéndose en contra del favorecido. Personas a las que se les permitió tal nivel de endeudamiento que hoy destinan casi todos sus ingresos a pagar créditos. Consumidores a los que se les dijo que no importa el precio sino el plazo de su deuda y que más valía fijarse en el valor de la cuota y no en cuánto interés estaba pagando por ella. Esos consumidores están hoy ahogados por el sistema. Un modelo proclive a los “accidentes financieros” como mal calificó un ex ministro el robo a mano armada de La Polar y otros ejemplos de imperdonable abuso empresarial.

Por otro lado tenemos un sistema educacional que ya no es garantía de lo que tanto prometió. Si acceder a la universidad fue en su momento un certificado que facilitaba la movilidad social, ahora parece generar el efecto inverso. De los que logran terminar la carrera, el 60% no encuentra trabajo asociado a su título. Y no lo encuentra porque no hay plazas disponibles o porque se les discrimina por la universidad en la que estudiaron.  Como si fue­ra poco, uno de cada cuatro estudiantes que termina su carrera debe pagar el 40% de su sueldo durante los siguientes 20 años y, para colmo, trabajando seguramente en algo distinto a lo que estudió. Hoy al menos, del 10% más pobre de nuestro país, sólo 2 de cada 10 jóvenes pueden acceder a la educación superior. Del 10% más rico, lo hacen 9 de cada 10. Es muy probable que, con el modelo actual, el más pobre que pudo ingresar a estudiar, siga siendo pobre por haber contraído una deuda que a duras penas podrá cancelar.

El sistema político también está al debe. Prácticamente todo nuestro espectro coincide en que el artificial equilibrio binominal ya no está funcionando. El problema es que no sólo no hay consenso sobre qué sistema deberíamos implementar, sino que definir el cómo es casi igual de complejo. Los personajes cuestionados son los mismos encargados de consensuar una propuesta y por lo tanto tienen un evidente conflicto de intereses.

Nuestra estructura social carece también de líderes en otros ámbitos. La Iglesia Católica, golpeada por numerosos escándalos de abusos sexuales cometidos por religiosos y que durante décadas se esmeró en ocultar, ha perdido representatividad. Muchos ya no la consideran una voz moralmente autorizada. No hay líderes sociales fácilmente reconocibles, tampoco los hay en el área de las comunicaciones ni en los medios masivos, hemos perdido a nuestros líderes deportivos y ni hablar de sus dirigentes.

Aunque sabemos muy bien de dónde venimos, no tenemos certeza hacia dónde vamos. Pero está claro que hemos llegado al final de un camino. Ojalá escojamos bien la siguiente ruta para continuar el rumbo. Habrá que hacerlo con conciencia y con cuidado. Ya sabemos a dónde nos lleva un camino plagado de buenas intenciones.

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