Opinión

Come y calla, por Felipe Espinosa: "Firme junto al pueblo"

Después de la tormenta sale el sol, así predica el dicho popular, otro dice al mal tiempo buena cara. Típicas frases cliché que resumen la racional necesidad de enfrentar los problemas con altura de miras y la capacidad de virar la esquina, recoger el sombrero del suelo y seguir caminando a paso firme. Hace algunos días, conmemoramos la 51 con mis camaradas ignacianos. Una vez más la pandilla se reúne en pos de celebrar la porfía de envejecer y rememorar antiguas imágenes de la época escolar. Cuando adolescentes todos éramos rebeldes, hoy la cosa no es tan radical y se matiza a diario, como no lo hace el Bar The Clinic, donde los muros están plagados de una rebeldía inherente a los tiempos, fotografías de absurdos diálogos parroquiales y frases contingentes que acusan con mano empuñada, lo divertido de ver desde otro ángulo la vida cívica nacional, sin distinción política.

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Los muchachos están de vuelta en la palestra, luego de un pequeño impasse provocado por unos inocentes huevitos que les cayeron mal a un grupo de comensales, tema superado y controlado según la versión del propio administrador, quien se com­prometió públicamente a tomar todas las medidas correctivas exigidas y volver a lu­cir este palacete en gloria y majestad, ya que ahora, el “webeo es pasteurizado”, según indica la portada de la carta en octava edición, que además es “cho-rea­ble”.

Mis contertulios llegaron con sed, y se notaba, ya que en un dos por tres, la mesa estaba servida con abun­dante cerveza, espumante mendo­cino, vino de mi cava y cocteles varios, ahí la oferta es amplia y simpática, es imposible no detenerse en la carta y ver cómo goza de brillantes nombres en la prepa­racio­nes, entre chistes y frases cómicas, que forman parte de la memoria patria.

Lo mis­mo ocurre con la comida y entre tanta conversa tomé las riendas y pedí por todos una comitiva de platos “pa’l pelambre”, o para picar en lengua ma­ter­na.                                                                                                              
El “pichangueo” es abundante y cumplidor, la tabla “The Clinic” tie­ne aroma a fonda, trae brochetas, arrollado, choripán con pebre, mini so­paipillas y empanadas fritas de queso y pino, un delicioso preinfarto que nos repetimos doblemente.  La ración de queso provoleta viene con mermelada de frambuesas.

También picamos un lomo salteado, que sobre plancha de fierro caliente, venía en grandes trozos, ideal para picar. Por úl­timo y para llevar la contra, testeamos la favorita de los niños de “31 mi­nu­tos”, la famosa tortilla española con chorizo, que para ser bien honesto, me pareció muy buena. La onda del lugar es incomparable, corre con colores propios y se nota en el servicio, en el menú y en cada rincón y detalle. Tienen alterna­tivas económicas a la hora de almuerzo, pla­tos de cocina tradicional chilena bien logrados, una saga de “sangu­ruchos” con nom­bres tan hilarantes como sorprendentes y el parrilleo es dominguero.                                                                                                                  
Es ahí cuando el festín de carnes y ensaladas es a destajo e incluye aperitivo por un precio fijo muy razonable. Sinceramente creo que demoraré esta vida y la otra en conocer toda la carta y no tengo ningún problema en volver. Pasamos un ameno momento con los muchachos y ¿sabía usted qué?: el guanaco y el zorrillo les tienen mala a los pingüinos.

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