Opinión

Come y calla, por Felipe Espinosa: "Luz de esperanza"

Tengo una sobrina de cuatro años que es un amor: dulce y melosa, tanto, que la últi­ma idea persistente que le escuché es todo lo relacionado con “alimentos saluda­bles”.

Si le damos crédito a la frase “niños y borrachos siempre dicen la verdad” da pie para intervenir el monólogo de la preescolar y realizar algunas preguntas, ¿Qué hace a un niño ignorar un chocolate?, ¿Cuál es la lección de vida que heredó esa camada?.

Para comenzar la reflexión, siempre tendré el re­cuerdo de la generación de nuestros padres, que ju­raban que un niño gordi­to, como yo, estaba sanito, ro­zagante, bien alimentado, error fatal que descubrió nuestra generación al darse cuenta que todo consumo de productos modificados van teniendo un evidente efecto en el organismo que se expresa en problemas de obesidad.

Ahora, otra pregunta, ¿A­ca­­so se salvó la próxima generación de este flagelo? No en su totalidad, pero sí hay una semilla germinan­do que viene con la ex­periencia de que dependien­do de qué comemos finalmente define también quié­nes somos y seremos.

La inocencia y honestidad de mi sobrina, con un discurso maduro y drástico, me dieron pie para salir a dar una vuelta orgánica, buscar algo de hierba y gra­no, evitar la carne en todas sus variedades y aterrizar en una luz.

Sol se llama quien co­manda el restaurante Quínoa, algo de místico relaciona los nombres, bien pensado y con un sello im­pregnado en cada detalle, el local es femenino y de hecho sólo me rodeaban señoritas en las otras me­sas.

Yo tengo un detector light y aquí todo es light, el detalle del saco de tela con pancito integral es noble, y la apología al Huerto se plasma en la salsa semi picante que lo acompaña.

Nuestra solicitud fue simple, un plato de fondo para cada uno y una sopa para acompañar, todos los platos tienen la opción de precio con sopa y sin ella, velozmente llegó un potaje espeso y sabrosón¸ de un verde oscuro intenso de­bido a la espinaca perfumada de topinambur y deco­rada con piñones que le daban un tostado crocante, de principal para mí un quiche de zapallo camo­te y queso azul, algo pesado pero compensado con una ensaladita de hojas verdes, mi mujer se desvió a Medio Oriente y recibió un plato car­gado de faláfel, humus, berenjenas y otros artilugios representativos de la comida árabe.

Lo anterior y un café se sintió con un precio súper razonable, el servicio de las chicas sin uniforme es simpático y el karma del local se sostiene en su femineidad.

Me fui contento juran­do volver, sobre todo interesado en los desayunos de los sábados, productos integrales, frutas, yogurt y mu­cho más se celebran desde las nueve de la mañana, un bypass al cotidia­no que seguramente a mi sobrina le va a gustar.

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