Mucho revuelo ha causado la idea de Kidzania: una ciudad para niños que enseña profesiones del mundo real y hasta tiene su propia moneda. Los padres progres están molestos con el concepto de insertar el consumismo a los pequeños y hasta puedo ponerme en su lugar. Pero hay una cosa que me viene dando vueltas desde hace un tiempo: ¿no será bueno que en vez de formar a nuestros hijos en la eterna niñez en que parece vivir el país de una buena vez vean el mundo desde el lugar donde lo van a enfrentar? Me explico un poco… Hace un tiempo se efectuó Lollapalooza y actuaron los genios de “31 minutos”. Tipos que han hecho una impecable carrera creativa y que tienen todo el éxito que se merecen. Me puse a escuchar días más tarde una radio bonaerense (la Metro) y el comentario fue el siguiente “eh… van a un festival de rock y llenaron el escenario de niños con tipos viejos. Es más, casi no había niños ¿no será que los chilenos son un poquito subnormales?”
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Obviamente la provocación cruel de los hermanos detrás de la cordillera nace desde la ignorancia: “31 minutos” es un programa con contenido paralelo: el dinosaurio Anacleto por ejemplo es la mejor caricatura del mundo de la televisión. Tulio y su ego, Juanín y sus adicciones y así podemos continuar… el drama es que luego de ver a tanto adulto mirando muñecos de trapo haces zapping y te encuentras con el regreso del Profesor Rossa.
El Profesor Rossa ya no es un programa educativo: es el mejor reflejo del estado de la docencia en Chile. Decadente y divertida. Pero más allá de los contenidos del exitoso espacio parece ser que los chilenos no podemos dejar atrás la infancia. Somos adictos a la nostalgia. Estamos atrapados en un Kidzania mas grande que el del Parque Araucano y estamos gobernados por un Peter Pan desde el país de Nunca Jamás. Es un país que no nos invita a crecer: nos duele decir palabras como divorcio, aborto o matrimonio homosexual, porque nos enfrenta. Y los niños juegan. Y no se dan cuenta de que pasa el tiempo. Es un mundo de evasión donde unas señoras no se suben al bus por plata, si no, por unas golosinas, para gritarle a los políticos como si fuesen los Backstreet Boys. Un país de kindergarten donde las encuestas se elevan por la sensación de que vuelve mamá a cuidarnos a casa, o que el candidato debería ser guapo y no tan serio. Finalmente acá en Chile podríamos votar por Justin Bieber y saldría. Los políticos hacen su parte definiéndose como Capitán Planeta o Capitán Futuro y encima asisten a las cuentas del Congreso con chapitas como adolescentes otaku en una feria animé.
Todos los programas de radio chilenos exitosos son confesionales. Como si decir que uno hace cosas de adulto está prohibido. Los libros que la rompen son de autoayuda porque no sabemos desde dónde pararnos a la adultez. Y es súper comprensible: ser niño es el mejor momento. Es el único instante en que el chileno es igual a otro. A los niños no se les niega nada. Es más, todos los esfuerzos están enfocados hoy en mejorar la educación preescolar.
Finalmente cuando crecemos quedamos a la deriva en el modelo, y nos damos cuenta de las comunas, de las incomodidades, de que finalmente estamos solos frente al mundo y tenemos que volver una y otra vez a mirar a adultos recordándonos cómo fuimos, en qué creímos y dónde vamos en el país de nunca jamás. De nunca jamás tuvimos dignidad. De nunca jamás tuvimos igualdad. De nunca jamás podremos crecer.