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El dueño de Viña Von Siebenthal descorcha una botella de Tatay de Cristóbal, cuyo valor de 130.000 pesos lo convierte en el vino más caro de Chile, y le acerca el corcho a Andrés Palacios, un simpático parroquiano del restaurante La Martuka. El lugar donde cada mañana don Andrés remoja su gaznate con terremotos, vinos en caja y jotes que no superan los $8.000 de costo y que a él, por ser casi parte del mobiliario del restaurante, se lo dejan a $800.
El dueño de la viña le pasa el corcho a don Andrés, para que su inusual invitado cumpla con parte de ese rito enológico que se inicia oliendo el corcho, sigue con un movimiento circular que hace girar el vino en el interior de la copa, continúa con la nariz dentro de ella para absorber los efluvios del brebaje y termina, finalmente, con un pequeño sorbito que hace bailar las papilas gustativas. Pero don Andrés, habituado al grosor del pipeño, no está para las sutilezas del retrogusto –técnica esencial en el arte de la cata que hace que el sabor del vino persista en la boca- y luego de langüetear el corcho en lugar de olerlo, se zampa el tinto de 130.000 hasta el fondo. Entonces felicita al dueño de la viña, y una vez que éste se encuentra fuera del alcance de sus palabras, declara a la cámara: “ni un brillo el vino”.
“Un día de lujo” (videos abajo de esta columna) -uno de los capítulos de “Reportajes al Cierre”, la sección con la que finaliza cada día Meganoticias- continúa con un tipo que se alimenta sólo a base de completos que va a degustar uno de los platos más caros de Chile, en uno de esos restaurantes de nariz respingada.
La “mejor” TV siempre es la más vulgar: es en nuestros impulsos más básicos -y no en nuestras sofisticaciones personales- donde todos los televidentes encontramos un punto en común. La idea no es mía si no del ensayo “E Unibus Pluram: Television and U.S. Fiction” del escritor e intelectual estadounidense David Foster Wallace.
Sólo agregaría a su tesis, que la mejor televisión es también aquella que nos regala momentos recordables. Instantes que bien vale atesorar en Youtube. Ésos que nos permiten compartir un café con los compañeros de trabajo, mientras conversamos sobre lo que vimos en la tele la noche anterior.
De esos instantes “Reportajes al Cierre” de Meganoticias está repleto gracias a la maravillosa musicalización que utilizan, trucos de montaje eficientes y efectistas que acrecientan la tensión dramática de notas que (en general) abordan conflictos bastante leves -muestra de ello es “Amor sobre cuatro ruedas”, un capítulo sobre los miradores de Santiago-, relatos en off que hacen ver la presentación de personajes sencillos como si fuese una sinopsis hollywoodense –un buen ejemplo es la introducción del taxidermista en el capítulo “Lo que no sabe de Santiago” y un sentido del humor que sólo se compara con Juan Carlos Bodoque o ese Mario Hugo de carne y hueso que trabaja en el noticiero de TVN; el maestro del humor periodístico llamado Claudio Fariña.
Pero sobre todo “Reportajes al Cierre” cautiva nuestra atención porque posee una honestidad a toda prueba, ajena a grandes pretensiones. Algo que como televidente en busca de diversión se agradece. Acá no se trata de trabajos periodísticos que buscan marcar pauta en temas país, como sí lo intenta “Contacto”, a pesar del abollón a su credibilidad sufrida por culpa de la censura en el reportaje de las nanas. Acá se trata de informes que nunca pierden de vista entretener a lo que parece ser su mayor público: los tres primeros quintiles del país. Algo de lo que sabe mucho Mega con momentos tan adictivamente de mal gusto como la pérfida protagonista de “Maldita” –su teleserie nocturna- excitándose con una montaña de billetes y una canción de Madonna de fondo, o Willy Sabor tocando un “enanófono”; cinco coloridos enanos vestidos en malla, convertidos en instrumentos en “Morandé con Compañía”.
Momentos que junto a “Dr TV” o la versión para adultos de “Caso Cerrado”, convierten a Mega en el canal más freak de la TV chilena. Una corona kitsch donde “Reportajes al Cierre” es su más brillante joya.
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