Opinión

Columna de Copano: "A propósito de Aylwin"

El año que viene se conmemoran 40 años desde el golpe de Estado. Hay personas, en base a eso, que han vivido la mitad de su vida con el pinochetismo. Muchos lectores probablemente lo hayan sufrido (o gozado) y hoy tienen hijos distintos a ellos. Hijos más libres, hijos que pueden salir a marchar. Hijos que finalmente tratan de reivindicar lo mal que lo pasaron sus padres. 

El miedo paraliza. El miedo consume. El miedo hace que no puedas hacer lo que realmente quieres.

El miedo te lleva a la medida de lo posible. 

Pienso en el miedo y pienso en Patricio Aylwin. Un tótem de la política. Un ícono. Yo las imágenes que tengo de mi niñez son con su sonrisa. Su sonrisa ganadora. Sus manos temblorosas. Pienso en los jardines por los que pasea hasta nuestros días. Pienso en su legado. Pienso en las paredes blancas que lo deben rodear. 

Pienso tambien en sus declaraciones a El País. Y en las reacciones despertadas. Mi viejo fue DC. Entiendo lo que es pensar en base a esos planteamientos. Tengo amigos DC, me piden opiniones y he podido decirles en su cara en lo que creo que fallan. Y fallan en lo mismo que Aylwin. Es como una línea de sucesión del susto a algo. De pisar callos. De enojar a alguien. De no tener amigos, ni alianzas. De no poder correr libres en vez de controlar. En realidad, de ser más cristianos que demócratas. Siempre buscando la reunión para que un Judas se manifieste. Como que no tener cierto lado de cura de pueblo y ser DC parece ser una contradicción. Y ya no necesitamos curitas de pueblo. Como que ya estamos grandes y el mundo es mucho más de alta definición ¿no? Y ellos podrían ser algo así como el partido demócrata y mirar al futuro y dejar de ser siempre esos muchachos controlados y controlables. Podrían hacerlo. Sería interesante. Le haría bien a la política.

Aylwin ya no tiene futuro y está bien que hable del pasado, porque finalmente devela que a sus rivales siempre les temió. Ahora, es comprensible temerle a militares descontrolados. A los boinazos por cheque del hijo. Y es ahí donde vive el pobre Patricio. En un mundo de equilibrios, en una pesadilla “en la medida de lo posible”.

Ahora, adivinen quién multiplico sus dichos. Sus dichos fueron multiplicados por Carlos Larrain, y por muchos de la misma generación que Patricio Aylwin. Y decantaron en reuniones y molestias. Reuniones y molestias que deberían ser guardadas para ítemes más importantes como que se sinceren de una vez por todas las violaciones a derechos humanos y todos hagan un “nunca más” de forma pública. No es que uno no deba hablar de la dictadura, pero volver al mismo círculo de temas ¿no es ya una demostración más que la política chilena está llena de dinosaurios? 

A  mí me tienen preocupados. Luego de la declaración de la Aces sobre “boicotear las municipales” no me quedo tranquilo. Lo discutí con la vocera Eloisa González esta semana: no valorar la democracia, no darle peso, no buscar dentro de ella alternativas contrarias a las ideas que no te gusten e impulsarlas es perderlo todo. Pero en vez de corregir eso, o llevarlo a un plano de discusión nuestra clase dirigente sigue enfrascada (y traumada, porque eso es) en quién fue Salvador Allende. Ya tenemos claro quién fue y no necesitamos más juegos de “y si hubiese pasado esto” porque finalmente no se puede retornar atrás. Hay que asumir los actos. Y obviamente apoyar una dictadura es un acto para arrepentirse. No para explicarlo.

Sería bueno que todos instáramos a los políticos a comenzar a hacer más cosas por la fortaleza de la democracia que volver sobre un item que les divierte porque, aunque suene perverso, ellos fueron jóvenes en esa época. Es parte de su vida, de lo que perdieron y lo que ganaron. Es triste casi todo sin duda, pero el pedido es que busquemos, en una esquina, que los viejos nos hereden algo. Una lección. Y no un diálogo sordo mientras la ciudadanía busca más y mayor participación. Que contribuyan con crear y escribir libros de historia. Los tomos de antes ya están juzgados: vayan y pregunten por Pinochet en el extranjero. Es más objetiva. Algún día, todos coincidiremos.

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