A propósito de un seminario de la facultad de publicidad de la Universidad del Desarrollo en que me invitaron a exponer, titulado “Chile País de Flaites” enfocado a debatir sobre el fenómeno de la sobrecarga y la violencia tan explotada para mantener el miedo en la población, decidí dejar registro sobre lo conversado. Creo que son días interesantes para hablarlo y comienzo a contar por qué.
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Cuando uno busca en redes sociales el termino flaite, uno de los links más comunes en el último tiempo es el afamado proyecto Costanera Center. Muchos critican vía Foursquare y Twitter que el lugar, con acceso cercano a dos estaciones de Metro, esté recurrentemente atestado de los ajenos al barrio en cuestión que me da a pensar que Chile no es un País de Flaites si no de arribistas deplorables que de seguro están llenos de obra y talento para etiquetar a los otros con esa palabra.
La etiqueta flaite es la clave del fenómeno flaite. Es distinto entender la cultura flaite de la palabra, ya que esta última es un comodín para sentirse por arriba. El término flaite, que ha desarrollado ese camino de la desconfianza histórica que enfrentan nuestras clases sociales. El flaite de hoy fue el gañán y el roto chileno de ayer. Fue el mestizo. Fue aquél que no era de allá ni de acá.
No deja de ser interesante que flaite aparezca en nuestro léxico en los noventa, hay dos teorías: una es que aparece debido a la proliferación de las Nike Fly y otra que habla de los volados en las cárceles como Flyters. Los noventa son innegablemente una era de progreso económico donde las diferencias entre los ABC1 y el resto de Chile comenzaron a acercarse. Es cierto que aún la desigualdad es evidente, pero a nivel patrimonial el endeudamiento y el crédito permite a lo menos estéticamente acercarnos. Hoy pagando antes o después cualquiera obtiene un Lacoste. Si no, dígaselo a los Washiturros.
De ahí a que flaite sea un truquito lingüístico: para mí Pablo Alcalde y el Kike Morandé son flaites, podría dar una columna completa sobre eso, pero es altamente probable que ellos crean de mí lo mismo. Por eso es un término a lo menos segregador. Esa segregación genera que quien se defina como flaite busque el juego del extremo para validarse y sentirse parte de algo, cosa que siempre buscamos humanamente.
La sobrecarga estética, la frase al voleo confusa, la puteada por la puteada y la de tu mamá no es culpa de ellos, es de nosotros. El flaite al carecer de contenido en sí, en renunciar por la falta de oportunidades a tenerlo, es un zombie neoliberal que sólo busca validación en la compra y en los logos grandes de las marcas porque es en lo único que podría ser parte de nosotros. Porque sabe por desgracia que en un país discriminador, clasista y racista como éste no será aceptado más que por ser parte de esa cuestión pintoresca y agresiva donde hay un gran dibujito en el pecho que se parece a algo que está en nuestras vitrinas.