Opinión

Columna de Juan Manuel Astorga: "Sexo a la chilena"

La historia ocurrió en Estados Unidos, pero no por eso es exclusiva del país del norte. Está pasando en todas partes, incluyendo por cierto a Chile. Un grupo de investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Texas analizó el comportamiento sexual de los adolescentes de ese estado y llegó a la conclusión de que al menos un cuarto de ellos se ha fotografiado desnudo y enviado esa imagen por mensaje de texto o correo electrónico. La acción se conoce como “sexteo”, la combinación de las palabras en inglés sex (sexo) y texting (envío de mensajes de texto). En la encuesta realizada entre 948 adolescentes de siete escuelas de Houston, el 28 por ciento dijo que se había tomado una fotografía y la había enviado por mensaje de texto o correo. Al 57 por ciento le habían pedido que enviara una fotografía así.
Aunque los autores de la investigación en Texas arribaron a varias conclusiones, como por ejemplo que los jóvenes que “sexteaban” eran más propensos a tener relaciones sexuales riesgosas, lo interesante del caso es que este comportamiento liberal se constató en Texas, uno de los estados más conservadores de Estados Unidos. No a pocos, por lo mismo, incomodó la revelación del estudio, pero pudieron superar sus aprensiones porque el objetivo del mismo era conocer mejor las conductas de las actuales generaciones y tener más y mejores elementos para conversar con los adolescentes sobre sus hábitos sexuales y así poder orientarlos.
Observar las conductas sexuales y discutir sobre ellas es primordial en el desarrollo de una sociedad. Paradojalmente en Chile, del tema se habla muy poco. El sexo incomoda, está rodeado de prejuicios, desinformación y miradas valóricas que muchas veces se contraponen. El sexo y cómo somos los chilenos en la cama, es tema de permanente conversación entre amigos, pero muy poco al interior de la familia. Abunda el erotismo en los medios de comunicación, pero nos complicamos cuando hay que abordarlo de forma directa en los colegios.
¿Por qué nos cuesta tanto hablar de algo tan relevante? En un país como el nuestro, ni las estadísticas de iniciación sexual están claras. Las cifras dicen que en los hombres es a los 17,4 años y en las mujeres a los 18,2, pero en varios segmentos socioeconómicos el comienzo de la actividad sexual es antes. La ausencia de debate sobre un tema tan clave inhibe también la conversación al interior de los propios hogares. Los padres conocen poco realmente sobre la actividad sexual de sus hijos. Y así como pueden sorprenderse con conductas como el “sexteo”, más les impactaría saber sobre la forma desprejuiciada en que sus hijos están descubriendo la sexualidad. Desde los homo-curiosos y  heterolais, hasta el cibersexo, esas formas contemporáneas de relacionarse necesitan de una contención afectiva que cuesta encontrar en las casas.
Considerando que en Chile prácticamente no se hacen campañas masivas de uso del condón, mirar en profundidad para ver si somos responsables, no estaría nada de mal. Hace 15 años, menos del 5% usaba condón. Hoy es el método anticonceptivo más utilizado. Claro que como es el único capaz de prevenir el contagio de enfermedades de transmisión sexual, su uso debiese ser permanente y éste no es el caso de Chile, según la Organización Mundial de la Salud. Estamos lejos de eso.
¿Por qué les cuesta tanto a los papás hablar de sexo con sus hijos? Probablemente porque a los propios adultos la sexualidad les fue también un tema prohibido de jóvenes.
Poco sabemos sobre cómo ha variado nuestro comportamiento sexual a través del tiempo porque si bien existen varias investigaciones al respecto, su difusión es casi nula. Una encuesta realizada por la empresa Ekhos hace algunos años, mostró que  apenas un 23% se sentía muy satisfecho con su sexualidad y de ellos, la mayoría eran hombres. Expertos en sexología han planteado que, al menos en este punto, la cosa en Chile está cambiando. Hace dos décadas eran los hombres los que más disfrutaban del placer y la mujer tenía sexo por obligación, para satisfacer al marido. Por lo mismo, muchas veces no conseguía experimentar un orgasmo. En buena medida, el sexo se vivía en función de los hijos y las parejas se armaban respondiendo a exigencias sociales. Hoy la cosa es diferente. Tanto, que ellas sienten menos culpa al decir que no experimentan orgasmos con su pareja y hoy consultan a un especialista sin las vergüenzas de ayer. Incluso al hombre le acompleja menos acudir a un doctor si sufre de eyaculación precoz.
Pero así como la sexualidad ha evolucionado en esta área, en otras hay mucho escrúpulo y doble estándar. Por ejemplo, los dueños de locales que venden juguetes sexuales exhiben interesantes incrementos en sus ventas pero, al mismo tiempo, casi nadie admite que los usa. Cuando los clientes los compran dicen que es para regalo, una despedida de soltero o una broma. Algo similar sigue ocurriendo con la pornografía. Nueve de cada 10 asegura que no la ve, pero sigue siendo una de las industrias que más millones mueve en el mundo. Los operadores de páginas web tienen una estadística irrefutable: el 100% de los usuarios de Internet, al menos una vez en su vida, ha visitado o visitará una página con contenido sexual. Y lo hará de forma voluntaria. ¿Por qué mentir entonces? El temor a la condena frente al convencionalismo y la falsa moralidad lleva a que apenas un 7% de los hombres reconozca que ha contratado servicios sexuales y sólo un 4% admite una experiencia homosexual.
Cuando existe la firme idea de que ha aumentado la promiscuidad y que la falta de selección de parejas es una realidad cada vez más común, abrir la mente y generar debates desprejuiciados sobre el sexo se hace más necesario que nunca. Lo han hecho otros países -y con éxito-, estableciendo políticas públicas de educación sexual que en el caso chileno, debería partir por educar a los padres.
Afectados por el estrés, con altas tasas de depresión, y con vidas rutinarias consumidas por el trabajo, el tiempo para el sexo parece quedar relegado en una sociedad a la que, como si fuera poco, la acusan de ser fome a la hora de la intimidad. Si no nos despercudimos del prejuicio y conversamos de frente sobre un tema tan natural como necesario, difícilmente los padres podrán entender por qué sus hijos terminan sacándose fotos desnudos y enviándoselas a otros.

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