Opinión

Columna de TV: "MEDIUM: La Invención de la Soledad"

A veces se nos olvida, porque si no se nos olvidara, la vida cotidiana sería una mochila demasiado pesada como para caminar erguido. Pero lo cierto es que somos mortales. La verdad es que hasta el acto más pequeño y cotidiano siempre es un salto al vacío. Un gran acto de fe. Desde cruzar la calle cuando el semáforo está en verde, hasta pegarle el primer mordisco a esa jugosa hamburguesa que acaban de cocinar para nosotros. El mundo se construye bajo certezas básicas que acallan las angustias: todos esperamos que al cruzar la calle nada se interponga en nuestro camino y que la hamburguesa tenga el mismo sabor de siempre. Pero cuando un auto se nos cruza de la nada, o al primer mordisco aparece una cola de ratón, la incertidumbre parece devorar las entrañas del mundo. Y el absurdo, ese gollum que espera agazapado tras cada situación, nos salta a la yugular sin previo aviso. Con la fiereza inescrutable de aquel hombre que degüella sin razón, a una mujer frente a sus propios hijos como pasó en Lolol.

De eso se trata “Medium”, el programa que debutó  este miércoles en TVN con respetables 15 puntos. Del jinete que cae frágil entre las patas de los caballos que galopan en la rodada y el cuerpo que colapsa en medio de su primer y único parto. De la incertidumbre más grande de todas, y la única certeza que tiene esta vida: la poderosa muerte.

En 2012, un año marcado a fuego por lo esotérico –desde la irrupción de “Psíquicos” a la caída estrepitosa del chantismo profético de Salfate- “Medium” se inscribe en una tendencia de programas que ni el más clarividente ejecutivo televisivo podría haber predicho. Pero no lo hace como un show efectista si no que desde un relato íntimo, donde las familias se entregan a la impredecible aventura de intentar conectar con el espíritu de sus muertos. A resolver lo que quedó trunco. A decir lo que se quedó atrapado en una bola de dolor y lágrimas en medio de la garganta. A saldar cuentas con ese que partió cuando nadie lo esperaba. Porque la vida suele ser así: todos pretendemos seguir con nuestros asuntos hasta que, sin previo aviso, todo se interrumpe.

¿Se interrumpe? Los más críticos pueden encontrar que este tipo de programas fomentan la superchería en esa dimensión donde nadie tiene respuestas claras. Que de alguna manera allanan el camino a los chantas que abundan, dispuestos a lucrar con la desesperación y el dolor ajeno. Algo grave, tomando en cuenta el paupérrimo nivel educacional de nuestro país. Otros, como se puede leer en los comentarios de Facebook del programa, agradecen su dimensión casi terapéutica.

Pero más allá de esas valoraciones ideológicas, lo que uno agradece como espectador es que acá el medium –Sabastián Lía, publicista y ex director de un programazo como “Ciento”- no sea más que eso: un puente, un medio, y no un payaso convulsivo que con ojos blancos monta un acto teatral. Que el relato se centre en la historia del muerto y quienes le sobreviven, con un ritmo pausado y casi elegante. Que más que vendernos una verdad, acá existen posibilidades de error y un ejercicio honesto: explorar la invisible frontera entre la vida y la muerte. Creer o no creer, sigue siendo como todo en esta vida, un gran acto de fe.

Sólo me queda citar una extracto de “La invención de la soledad” del escritor Paul Auster, sobre un tema donde las mejores palabras no hacen más que guardar respetuoso silencio: “Podemos aceptar con resignación la muerte que sobreviene después de una larga enfermedad, e incluso la accidental podemos achacarla al destino; pero cuando un hombre muere sin causa aparente, cuando un hombre muere simplemente porque es un hombre, nos acerca tanto a la frontera invisible entre la vida y la muerte que no sabemos de qué lado nos encontramos. La vida se convierte en muerte, y es como si la muerte hubiese sido dueña de la vida durante toda su existencia”.

De eso se trata “Medium”. Nada menos.

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