Opinión

Columna de René Naranjo: “Moonrise Kingdom”: una maravilla bajo la luna

Está llamada a ser una de las películas por la que será recordado este 2012. Una de esas obras cinematográficas que hoy se producen de manera cada vez más espaciada y que, acaso por eso justamente, nos deslumbra como sólo puede hacerlo una joya rara. Es “Moonrise Kingdom” (“Un reino bajo la luna”), el nuevo largometraje de Wes Anderson, quien desde su debut en “Rushmore” (1998) ha escrito uno de los caminos más personales y originales del cine contemporáneo.

¿En qué radica la originalidad de Anderson? Sin duda en su mirada, que -tal como ha señalado más de una vez la critica mundial- tiene mucho de autista, y en la forma particular y juguetona de manejar la geometría de los espacios y los colores vistosos, que en numerosas ocasiones hacen pensar en los dibujos animados. Ese ‘autismo’ de la mirada del cineasta pasa por la plena conciencia individual de sus criaturas: los protagonistas de sus filmes saben lo que quieren y poco les importa lo que piensen los demás, aunque eso los lleve a chocar con las normas sociales e incluso con la ley. En busca de cumplir sus objetivos, sus personajes viven con toda comodidad en la paradoja y a contracorriente del resto, lo que origina conflictos irónicos con su entorno.

Y esa agudeza va siempre unida a un humor inteligente. 

En “Moonrise Kingdom”, Wes Anderson condensa de manera perfecta estas obsesiones y entrega el que bien puede ser el mejor filme de su carrera. Fiel a ese toque nerd que tanto le gusta, el argumento del filme tiene como eje una patrulla de boy-scouts que habitan una remota isla de Nueva Inglaterra allá por 1965. La patrulla está a cargo del poco apto Ward (Edward Norton), quien un buen día constata la desaparición de uno de sus jóvenes pupilos, Sam, y además descubre que éste es huérfano. Paralelamente, al otro lado de la isla, Walt Bishop (el genial Bill Murray, en su sexto trabajo con el director) y su esposa Laura (Frances McDormand) ya no saben cómo relacionarse con su rebelde hija Suzy, quien no tiene amigas, escucha solamente discos de Francoise Hardy y observa el mundo a través de grandes binoculares.

Desde el inicio mismo del filme, en la secuencia de créditos, “Moonrise Kingdom” desborda genialidad. Al ritmo de la música del barroco Henry Purcell, Anderson arma una coreografía de personajes, lugares, objetos vintage y casas, que sirve para involucrar magníficamente al espectador en este relato de chicos en la edad del pavo, de adultos en severa crisis y -esto es lo más logrado- darle esa percepción de que hay rendijas en la existencia por donde aún se pueden colar la magia y la fantasía.

Wes Anderson demuestra aquí un manejo narrativo formidable, que perfecciona su búsqueda de convertir las películas en cuentos infantiles para adultos. Su dirección de los actores es exacta y jovial, y en este filme donde todo está calculado al milímetro, el cineasta deja un amplio espacio a la naturaleza, los paisajes agrestes y la sorpresa. Todo ello le otorga al relato una vitalidad irresistible y ensoñadora: “Moonrise Kingdom” es una película sobre la libertad y el amor inclaudicable, que permite que en cada una de sus escenas uno pueda percibir esa sensación de libre tránsito del afecto humano.

Si los personajes adultos (personificados por Bruce Willis, Tilda Swinton y Harvey Keitel, además de Murray, McDormand y Norton) tienen problemas, es en buena medida porque se alejaron del sendero luminoso de esas pulsiones primigenias y adoptaron un orden distinto al que les dictaban sus emociones. El filme les da la opción de reencontrarlos por medio de la persecución de la pareja de enamorados briboncillos, y lo hace sin que asome jamás la retórica ni el discurso ni la frase de autoayuda.

“Moonrise Kigndom” es una de esas grandes películas que, a punta de trabajar brillantemente lo fílmico, terminan tocando nuestra propia vida. Es, por decirlo en breve, una pura maravilla.

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