Opinión

Columna de TV: "Los 80: Los Herrera, los Muñoz, las Argandoña"

Lo dicen los números y el sentido común: las familias como las de Juan Herrera parecen ya no existir. Y si existen, parecen estar en franco proceso de extinción. Eso al menos muestran las cifras de diversos estudios de la realidad nacional: Chile es un país que envejece, con tasas de natalidad que se acercan a las de Japón y familias que priorizan el hijo único, debido los altos costos que implica educar y criar a un niño. Más sopa para uno que envase familiar. Menos matrimonios y más divorcios.

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Algunos han visto en ese contraste entre las virtudes de la familia Herrera y el contexto social de los televidentes, la explicación del alto nivel de identificación emocional que genera “Los 80”: lo que se añora al ver la serie no es la época -la más oscura y triste en la historia reciente de nuestro país- si no esa familia tradicional en que los roles estaban bien claros, el respeto a la autoridad paterna era casi incuestionable y los padres eran capaces de sacrificar todo y en extremo (sus vidas, sus placeres, sus sueños) por la prole. Los tiempos en que la cena y la televisión eran un punto de reunión hogareño, y no un evento dispar entre horarios y gustos de cada cual, gracias a la independencia que entregan las pantallas en las habitaciones de cada uno, como sucede actualmente. Cuando los niños podían salir libres a jugar a la calle, sin más control que la hora de regreso debido -paradójicamente si se piensa en la dictadura- a la ausencia de miedo parental, a temas como la pedofilia.

Esa conexión emocional de contexto y añoranza de un tipo de familia, va más allá de las virtudes propias de la serie. Es que se han repetido hasta el hartazgo y con justa razón. Las virtudes que siguen sosteniendo el alto nivel de “Los 80” en sus cinco temporadas. La intachable dirección de arte que replica a la perfección los detalles de ambientación de época. Los diálogos precisos. Las actuaciones conmovedoras. La emoción pura.

Pasan las temporadas, la calidad se mantiene y el espíritu de la serie se profundiza: el contexto acá es un medio que obstaculiza constantemente la felicidad de la familia Herrera, el verdadero fin que mueve la historia. El mismo espíritu que quedó definido en el último capítulo de la primera temporada, en la escena más emocionante -y aún no superada- de “Los 80”: “Cuando queda la escoba, la gente como nosotros es la que paga el pato. Los que están arriba, los políticos, los generales, esos nunca pìerden. Nunca. O se quedan con el poder o son los primeros en salir cascando. Y la gente como nosotros es la que tiene que seguir trabajando y pelando el ajo para seguir viviendo. Así son las cosas. Y siempre van a ser así” dijo Juan Herrera golpeando la mesa. Una declaración de principios de la serie, que a ratos parece ser su trampa. Porque en varios capítulos de la cuarta temporada, y en los dos que van de la quinta, a ratos da la sensación que no pasara mucho. Que la serie cumpliera con sus altos estándares de calidad en su manufactura, con un guión en ocasiones aletargado, que se remite a contar la historia pausada de una familia. Tanto, que a veces da la impresión que podría prescindir de su contexto.

¿Podría? ¿Qué sería de los Herrera si fueran una familia del 2012? Probablemente, dónde estarían parados, dependería de qué tan bien les fue en los 90s. Probablemente tendrían menos hijos, pero igual testarían endeudados por educar a sus hijos. Habría menos presencia parental, hijos más conectados, menos inocencia. O quizás serían como la familia de Luis Muñoz Mora, el hombre que tuvo cierta repercusión en redes sociales esta semana por la carta que le envió a un diario. “Nosotros somos los Muñoz, vivimos en Conchalí”, escribió. “Acá se asalta, se trafica, se roba, se vive con el mínimo, andamos en el Transantiago, tenemos deudas, pasamos frío, hay embargos por deudas universitarias, pedimos fiado, hacemos cola en la posta, estamos en Fonasa y nuestras escuelas son con números. Si TVN quiere mostrar una realidad de verdad, acá estamos: esto es real, esto es Chile”, escribió con respecto al docureality de las Argandoña que debuta este martes en TVN.

Por eso hay que disfrutar a concho “Los 80”. Porque como señaló su productor Alberto Gesswein, esta serie sólo fue posible debido a que Canal 13 estaba en crisis y virtualmente descabezado hace cinco años. Eso hizo que las críticas de los ejecutivos del canal por tener “un casting muy moreno”, finalmente no cambiaran la serie. Muy moreno. Como Juan Herrera, Luis Muñoz de Conchalí o la mayoría de este país; las personas que dan los altos ratings. Un hecho que no es un anécdota. Que demuestra por qué TVN está dispuesto a pagarle 390 millones al clan Argandoña y hace patente un triste hecho: una serie como “Los 80” -de alta calidad, emocionante, más “real” que cualquiera de los docurrealities que inundan la pantalla- es un accidente. El futuro de las pantallas seguirá dominada por las estrellas de farandulandia jugando a la gente común.

Por: Marcelo Ibáñez Campos
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