Opinión

Columna de René Naranjo: "Mercenarios y políticos; duros de domar"

La saga de ‘Los indestructibles’ es como la AFP Cuprum. Es decir, estamos frente a un grupo de jubilados con suficiente poder aún como para hacer saltar el mercado. Jubilados del cine de acción de los ‘80, liderados por el incombustible Sylvester Stallone, que no se resignan a ser comparsas de películas de otros y que unen sus revigorizados músculos para ser protagonistas de historias de peleas y balazos a la antigua, con cientos de muertos volando por los aires y una que otra buena pelea cuerpo a cuerpo.

En esta segunda parte, que  comienza en Nepal y luego sigue como persecución en diversos lugares de Asia, se nota que hay más producción que en la anterior entrega. La dirección es más precisa (Simon West, de ‘Con Air’ y ‘Tomb Raider’, reemplazó tras la cámara a Sly), los 15 primeros minutos son una vertiginosa secuencia de explosiones y vehículos a toda velocidad, la fotografía es más cuidada, y los actores están mejor dirigidos. 

Y no sólo eso. Para que esta AFP del cine estuviera completa, se unieron Arnold Schwarzenegger (ya anunciado en la primera cinta) y el mismísimo Chuck Norris, al tiempo que Bruce Willis regresa con un papel que le permite lucimiento y se incorpora Jean Claude Van Damme. Tenemos entonces 90 minutos de un club de viejos amigos que se toma la vida con humor y compañerismo, antes de salir a enfrentar a un villano, Vilain (Van Damme), que todavía sabe lanzar un buen par de ‘mawashis’. 

Es justamente este carácter de reencuentro de veteranos que se miran a sí mismos con distancia lo que hace posible esta película de matiné. Ver cómo este puñado de ex héroes de la acción (súmenles a Dolph Lundgren y Jet Li) carga metralletas y emprende una nueva misión, le otorga a la cinta esa carga fetichista que es tan propia del cine, ese placer simpático de reconocerlos a ellos y saber que van a salir triunfantes como si fueran oficiales de la caballería ligera en un western de los años 40. Por supuesto, ya están preparando la tercera parte.

Si en la guerra todo vale, en la política sucede algo parecido. En ‘Locos por los votos’ (The Campaign, 2012), un congresista estadounidense, Cam Brady (Will Ferrell) se siente seguro de su reelección hasta que los grandes capitalistas del estado (John Lithgow y Dan Aykroyd, buenísimos) deciden ponerle un candidato que le compita. Así entra en escena el inepto Marty Huggins (Zach Galifianakis), quien desde su torpeza e ingenuidad va a develar la suciedad que esconde el poder.

Sobre este fondo de clásico a lo Frank Capra, ‘Locos por los votos’ funciona de manera algo predecible pero bien sustentada en el trabajo de dos sólidos actores como son Ferrell y Galifianakis, auténtica revelación de la comedia estadounidense gracias a sus descabellados personajes de ‘Qué pasó anoche’ y la muy divertida ‘Todo un parto’. Esta vez, el comediante no llega tan allá; sin embargo, se las arregla para darle vida a un personaje imposible y sacar varias carcajadas. Asimismo, Ferrell se desenvuelve muy bien como el clásico político doble estándar, mujeriego y sin reales convicciones. Además, ambos protagonistas (uno alto y esbelto, el otro bajo y con sobrepeso) saben sacarle partido a sus físicos e incorporarlos a la dinámica de la comedia. 

El estreno de esta cinta en Chile, obviamente, no puede ser más oportuno. A dos semanas de las elecciones municipales, el retrato subyacente de los políticos a las órdenes del gran capital, puede sonar de lo más contingente. Esta coyuntura permite también que uno se ría con más ganas de sus sirvengūenzuras y constantes metidas de pata.

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