Opinión

Columna de TV: Cumbres del mundo: Arriba de la montaña

En Chile el género de los programas de viajes parece ser un espacio fértil para la improvisación. Un lugar donde la capacidad de producción y las redes de contactos que permitan financiar las siempre onerosas travesías, parecen primar por sobre las ideas de relatos que sostengan a los programas más allá del viaje mismo.

Canal 13 Cable tiene varios ejemplos de ellos. Programas como “Motoviajeros”, “Bitácora de Viaje” o “Mundo ad Portas” parecen tratarse de vacaciones personales, encubiertas de un supuesto interés cultural para el televidente. Más que programas con una idea que los justifique y los guíe pensando en el espectador, se perciben como grabaciones más o menos caseras a las que se les agregan datos históricos en la edición para enmascararlos como programas culturales. Para justificar su emisión con una finalidad que vaya más allá del, evidente, placer de sus conductores.

Es una televisión de viajes amateur que desconoce conceptos, tropieza en la construcción de relatos y se desconecta absolutamente de una tradición sólo desarrollada en Chile de gran manera en nuestro viaje interior. Ese que une a través de una red de caminos polvorientos une a joyas históricas como “Al Sur del Mundo” con “Tierra Adentro”.

“Cumbres del Mundo” se mueve estéticamente en ese mal que afecta a la mayoría de los programas de viajes chilenos descrito al comienzo de esta columna. Tenemos a un Mauricio Purto tan icónico como polémico, visitando junto a su hija diversas cumbres a lo largo del mundo con un registro casi casero. La diferencia es que este programa no intenta pasar gato por liebre y es honesto desde un comienzo con el televidente, desnudando sus aspiraciones y motivaciones.

Gracias a esto el programa termina siendo un agrado. El viaje de un viejo lobo de mar que regresa luego de mil batallas, a su entorno natural más preciado. El viaje de un tipo desgarbado, que en cámara se ve fuera del estado físico que uno esperaría de un montañista de elite, simpatico, bonachón y viajado, que parece esconder a un ermitaño cuya vida solo adquiere sentido allá arriba. En la soledad mística de la cumbre.

El programa, capítulo tras capítulo –ya van dos de su nueva temporada- transita en un relato marcado por tres arcos argumentales. Primero, el bullicio del mundanal ruido, un espacio donde el programa se emparenta a cualquier programa de viaje promedio, curioseando por ciudades y pueblos ajenos. Segundo, la transición hacia  un entorno natural que cada vez más se aleja de los hombres para acercarse a la montaña, esos monumentales accidentes geográficos que nos remontan al origen más primitivo del mundo; el momento en que todo el planeta fue gestado en un parto mineral de hierro y fuego. Y por ultimo, el ascenso. Un camino lleno de silencios, donde las palabras son innecesarias y el respirar es suficiente conexión espiritual con el misterio. El lugar donde todas las dicotomías se funden en un sentimiento que cualquiera que haya hecho cumbre en la más humilde de las montañas, puede reconocer. Ese lugar donde uno se siente ínfimo y grandilocuente a la vez.

Más allá de todos sus ripios audiovisuales, quizás ese sea el mayor valor del programa. Retratar ese transitar místico que lleva a hombres y mujeres a alejarse de la seguridad de los centros poblados, para enfrentarse a sí mismos a través de la montaña. Un programa ideal para amantes del trekking y la naturaleza.

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