Opinión

Columna de Copano: "¿Por qué queremos morir?

Parece que vivimos en un mundo donde todo se resuelve.

La solución siempre es material. Es el dinero, es una politica pública, es una historia. Las religiones están llenas de estas últimas. Nos entregan tranquilidad y nos aferramos a ellas en la incertidumbre. Cree- mos que la muerte es sólo un paso a algo nuevo. A veces pen- samos que podemos escapar de ella y ganarle pero siempre nos encuentra, siempre aparece, en medio de lo gigante o lo pequeño. En una casa lluviosa al sur o en un atentado en Yemen. Y nos esperanzamos y dibujamos la sensación de que quienes han muerto están con nosotros.

Lo hacemos porque los amamos o porque finalmente nos encontramos frente a la vida solos. Solos como desper- tamos o nos vamos a dormir. Solos frente al infinito, a las posibilidades, al no control. Solos frente al caos. Eso es el mundo: no es un ente. Se mue- ve, es como nosotros, que no tenemos tan claro lo que pase mañana porque finalmente no somos uno, somos todos. Pero somos solos. Somos solos en estructura. En forma. Y somos muchos cuando tomamos acción.

Pienso en esto cuando veo las noticias del fin del mundo que todos explotan en los diarios, en la tele, en la radio. El relato del final grupal. Hay gente que piensa que no viene un final, sino un cambio de conciencia. Que eso debería suceder porque dentro de nosotros vendría un Superman, un Gokú, qué se yo.

Yo la verdad quería escribir esto para ver si se dan cuenta de un par de cositas. En una de esas al trabajar detrás de una pantalla yo me doy cuenta y ustedes no, y está bueno contarles el truco para que ocupen el tiempo en que de verdad despierte su conciencia (si así lo quieren) que no tiene nada que ver con la pirotecnia.

Lo primero es que es egoísta pensar en eso. La vida es muy bonita como para que se vaya a la mierda. Es bonita cuando uno toma acción y hace cosas en serio por los demás. Puede ser desde el aporte mínimo de ayudar a que corra una fila más rápido o atender bien, o enseñarle a tus hijos algo. Qué se yo. Cuando uno da espacio. Entonces, lo que a mí me da lata de todo este convencimien- to mediático de fin del mundo (que sólo se da acá en Chile, con tanta fuerza) es que si la gente quiere cambiar no piense en la muerte o en el cataclis- mo. Piensen en sus propias capacidades y en lo que tienen a mano. No en lo gigante. En lo cierto. En lo que está ahí.

Tal vez muchos alimentan o tienen la sensación de que que- rer morir está bueno, porque es algo que pueden manejar. Viven una vida endeudada, enrejada, llena de temor al otro y lo distinto, pero tener cierta certeza de quemarse a lo bonzo en un momento de la vida con todos juntos los alimenta. Eso no va a pasar. No va a pasar francamente nada. Vivimos en un país donde están los grandes astrónomos mirando las estre- llas, pero preferimos calcular todo en base a ciencias que son “ocultas”. En vez de respetar el progreso. Pensamos que algo “nos va a cambiar” y no es así. Todos podemos hacer mucho mejor nuestro alrededor si de- cidimos participar por eso. Nos alimenta más. Nos alimenta más que comprar, que consu- mir todo el día, que mirar cosas que son vidas de otros en la tele mientras tú y yo podemos di- bujar nuestra propia existencia y que no tome nuestro rumbo un tercero. Un tercero humano egoísta y mezquino que quiere controlarnos con sus relatos erróneos para que sintamos que tenemos que hacer lo que él quiere o material, como beber y hacerse pelota o drogarse hasta perder la conciencia. Yo creo que hay que manejar las cosas para ser feliz.

Y eso es lo que en este país nos falta. Aprender a ser feliz. Y para eso decidir vivir una vida y no que la vida monstruo nos viva a nosotros. En estos días de simulacro pelotudo de fin de los tiempos, donde hay gente que junta susto culpa de idiotas que estudiaron periodismo (algo que se supone deberíamos respetar) y en vez de disponerlo a la gen- te lo ponen a merced del miedo. En esta época de terrorismo que nadie analiza, calma. Lo único que va a cambiar va a ser la sen- sación de seguridad que tienes por la de una estafa. Y eso sí que es duro.

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